Columna


Las sabinas

CARMELO DUEÑAS CASTELL

01 de marzo de 2017 12:00 AM

Hace casi 2.800 años dos gemelos recién nacidos fueron abandonados en una cesta en el río Tíber. La cesta fue a parar entre las colinas Palatino y Capitolio. Allí Rómulo y Remo fueron cuidados y alimentados por una loba; 15 años después Rómulo fundó la ciudad de Roma en el mismo sitio donde los amamantó la loba. La fundación de Roma y sus primeros años es un fino y hermoso entramado de historia, mitología y leyenda.

La ciudad creció rápidamente, atrajo a tantos hombres que la proporción de mujeres se hizo cada vez menor. Hasta tal punto que originó dificultades de procreación y el riesgo de extinción. Sin éxito, Rómulo envió embajadores a pueblos vecinos en búsqueda de esposas. Luego, el astuto rey ideo un genial ardid que, en la mitología, ha sido llamado el rapto de las sabinas. Así, Rómulo invitó a los habitantes de las ciudades vecinas a unos juegos en honor a Neptuno. Una delegación se destacó entre todas, la del pueblo de Sabinia, de esa región asistieron sus mejores hombres acompañados de sus más hermosas hijas. Cuando los extranjeros habían escanciado abundante alcohol y estaban distraídos por los juegos, los romanos secuestraron a las sabinas mientras expulsaron a los hombres. La furia inicial de las mujeres fue calmándose con el tiempo, con el afecto y la demostración de los romanos de ser buenos esposos. La leyenda se vuelve compleja al afirmar que las sabinas aceptaron a regañadientes, pero con condiciones: no harían trabajos domésticos, solo se encargarían del telar y ellas gobernarían en la casa. 

Ante el grave ultraje, las ciudades vecinas se unieron en favor de Sabinia y atacaron a Roma. Un primero de marzo, como hoy, Rómulo celebraba la victoria romana sobre los atacantes. Posteriormente los sabinios buscaron venganza y sonsacaron a la romana Tarpeya para que les flanqueara la entrada de la ciudad. Como cualquier Odebrecht moderno, los sabinios sobornaron a Tarpeya ofreciéndole joyas. Al final, y con gran desprecio, los mismos sabinios terminaron aplastando a la traidora. A partir de entonces y, desde la roca donde aplastaron a Tarpeya, arrojaban a los culpables de traición a la patria. En el momento más difícil del conflicto, y cuando la sangre de romanos y sabinios estaba a punto de correr a raudales, las mismas sabinas mediaron entre los dos bandos con gran sabiduría y evitaron el combate con argumentos de peso, y de tal pragmatismo, que hoy deberían servirnos de ejemplo a todos: si ganaban los romanos, ellas perderían a sus padres y hermanos; si ganaban los sabinos perdían a sus maridos e hijos. Así convencieron a todos y celebraron con un banquete la reconciliación.

A partir de entonces Rómulo, rey de Roma y Tito, rey de Sabinia formaron una diarquía, un gobierno conjunto que funcionó sin problemas por más de cinco años, toda una utopía para estos tiempos que corren.

*Profesor Universidad de Cartagena

crdc2001@gmail.com

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