Llega el año nuevo y comienza un nuevo ciclo de festivales que tienen como escenario principal el Teatro Adolfo Mejía. Pero, muy poco se sabe lo que ocurre detrás del escenario, de las dificultades de esta ciudad para mantener abiertas sus puertas, hacerlo funcionar e incorporarlo de manera creativa, incluyente y permanente a su vida cultural. Ni de las dificultades para encontrar un adecuado modelo de gestión que garantice funcionamiento y mantenimiento al tiempo.
El año entrante se cumplen veinte años de su reinauguración, luego de una larga fase de restauración con el apoyo de varios gobiernos y del Banco de la República. Para la memoria quedan aún colgadas en las paredes de sus oficinas las bellas fotografías capturadas a su ruina por el ojo sensible de Sícalo Pinaud, el vecino de toda la vida, quien abandonó el mundo al amanecer este año nuevo. Pero, no es exagerado decir que el teatro es hoy más un club social que un centro cultural; más un bello espacio para las fotografías de recién casados o graduados que para las tramas de una agenda cultural que palpite al compás de la ciudad.
Los esfuerzos por priorizar sólo su costoso mantenimiento lo volvieron lugar para el alquiler de paso, cuya gestión, por la insensatez de los gobernantes de turno, ha sido variopinta. No existe una real política del Estado local, que le dé una estupenda administración para que los cartageneros solo tengan que preocuparse por disfrutar una programación de altura y permanente. La inyección de recursos públicos destinados a recuperarlo nunca fue pensada para verlo en tal situación.
Administrar el teatro pasa por una buena selección de personal, organizar una red interinstitucional y empresarial de apoyo y el acompañamiento del sector cultural con una política pública, definida con amplia participación, que logre el acuerdo sobre principios básicos, reglas de juego y estándares aceptables, y garantice su condición de bien público. Así, se podrán espantar los gallinazos que lo acechan y las golondrinas que desean posarse en su cableado.
En cambio, no es buena política asignar recursos sin transparencia, equidad y a dedo al festival de turno, como lo hacen los gobiernos desde el palacio de la Aduana. Esos apoyos a eventos particulares, que se le cargan a la cultura o a la promoción turística, profundizan la inequidad social. Lo que se otorga a unos se le niega al mismo teatro y a los demás protagonistas de la vida cultural, favoreciéndose a aquellos con mayores patrocinios, gracias a desiguales condiciones de la gestión cultural.
Sería bueno saber cuánto será el aporte de la Alcaldía al festival que esta semana se inicia y cómo apoyará en igualdad de condiciones al resto de iniciativas cartageneras.
*Columnista semanal
PERIÓDICO DE AYER
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