El enésimo paro de maestros, marchas tras múltiples promesas incumplidas y niños en casa sin estudiar. Periódicamente, los maestros inician una diáspora para llamar la atención sobre su precaria situación. Mientras tanto, la educación en Colombia es cada vez peor. Rabia de docentes y de los padres.
“Las uvas de la ira” (1939), obra cumbre de John Steinbeck, describe la gran tragedia norteamericana por el descalabro bancario y a la crisis agrícola. Miles de granjeros sin tierra, sin trabajo y sin más opción que ser vagabundos que prefieren un futuro incierto a un presente de miseria y hambruna. El autor, con su inmensa capacidad descriptiva pinta una cruda realidad sin esperanzas y un éxodo por medio país en busca de un mejor futuro que nunca llegará. La lectura da tristeza y rabia.
Ira da ver la educación en Colombia. La calidad es mala, lo dicen las pruebas de estado año tras año. Las pruebas PISA (programa para evaluación internacional de estudiantes), al compararnos con otros países, lo confirman. Además, según el Índice Sintético de la Calidad Educativa (ISCE), el puntaje de Colombia es de menos de 5,2, en escala a 10.
Lo peor es que los peores puntajes se dieron en el Caribe, con 4,3. El Gobierno quiere que, en diez años, Colombia sea el país más educado de América Latina, pero debemos pasar a un puntaje de más de 7,1, casi imposible: en la mayoría de países todos los docentes son profesionales universitarios, y en Colombia menos del 70% lo son. Preocupa además que en los exámenes de estado, el promedio más bajo lo tienen quienes ingresan a las ciencias de la educación. Esto último debe estar directamente relacionado con que los salarios de los maestros y los incrementos por mejoría en el escalafón docente son menores comparados con el promedio de los empleados públicos.
Debemos tener una política estatal que garantice una buena infraestructura y una mejor remuneración a los maestros. Y claro, necesitamos una mejor evaluación docente, práctica y objetiva, que seleccione los mejores maestros y les dé los mejores salarios.
Hace 15 años, el presidente Santos escribía que “si el Gobierno quiere mantener la paz social, no puede obrar con incoherencia y discriminación. El maestro no puede ser un paria”. El ahorro ha salido costosísimo en términos sociales.
Da rabia que nuestros maestros, como los campesinos de Steinbeck, son despreciados por un gobierno que prefiere que se pudran los frutos antes que recogerlos, porque cree poco rentable pagar por la mano de obra adecuada.
El desprecio por quienes nos enseñaron y educan a nuestros niños explicaría el rezago educativo, las profundas desigualdades sociales y decenios de violencia, caos y represión.
*Profesor Universidad de Cartagena
crdc2001@gmail.com
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