Columna


Lejos y cerca

ROBERTO BURGOS CANTOR

23 de abril de 2016 12:00 AM

Por lo general las visiones de la literatura occidental de África eran experiencias particulares y el espacio escogido se aislaba de la historia, dejaba intocado el misterio.

A veces el saber permite una participación del otro, de lo otro, evitando saberes dominantes, unilaterales. Quién sabe si el cazador Hemingway, que en sus ficciones mostró el miedo, el valor, la resistencia, el riesgo, hubiera logrado reconocerlo. Esto quizá le mostraría que ningún rinoceronte visto de frente cual Dios de la tierra, bastaría para descansar el gatillo. Y el horror: entender que la pieza a la que aún no disparaba, era él mismo.

Cuánto nos cuenta la Baronesa Blixen con su casa incendiada, esa maravillosa novela, Fuera de África, y su trato con los Masai. O Graham Greene, caballero si los hay, sobreviviendo a los leprocomios. O el bello esfuerzo del doctor Schweitzer buscando, en su hospital, un reencuentro en clave de música: Bach. O el horror definitivo de Conrad en El corazón de las tinieblas.
Pero la experiencia común fue sufrir el dolor como plaga que tocó a todos. La tragedia colectiva, espanto incalificable, la esclavitud. El dolor reclama siempre pero también une, impregna del otro. Es posible preguntarse por los secretos sedimentos del alma de unos pueblos que tuvieron que liberarse, por grupos, en territorios impuestos, de la infame trata; y de las crueldades de los coloniajes que maltrataron y empobrecieron. Una de las primeras medidas del libertador de Ghana, Nkrumah, fue hacer elaborar la enciclopedia africana.

Así quien va de Cartagena de Indias a Ghana no lleva la valija vacía. Una sustancia humana común hizo puentes que mezclan el aire, el embate ruidoso del océano, la complicidad en la sonrisa de las gentes, el sabor del ñame y el coco.

Bajo la luz ecuatorial que entibia los sueños, a tres horas de Accra, está Cape Coast Castle, fuerte donde amontonaban a los hombres capturados en sus poblaciones y llevados a látigo y grillete a las embarcaciones que los arrojarían en Cartagena de Indias, La Habana, Brasil.

Muchos van por una peregrinación humana a un espacio de dolor empozado que hoy dignifica la resistencia. Recordé a Manuel Zapata Olivella escribiendo su epopeya, Changó. Durmió una noche en uno de los socavones donde nada cabe. Oyó las voces de los muertos.

Sigue el océano con el oleaje incesante. Un malestar sin nombre, quizá la nada de los lugares desequilibra el ánimo. ¿Quién llama desde aquí? Una ofrenda de compasión evoca El decamerón negro, bello libro de Leo Frobenius. Algo se queda. Un desgarro.
*Escritor

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