Desde el sagrado púlpito de Twitter, Facebook y Youtube; pastores, líderes religiosos y cristianos apasionados, demuestran sus preferencias presidenciales. Bizarros y audaces, libran en las redes y en sus ágoras una batalla de comentarios, persuadiendo a los feligreses para que comulguen con el que más conviene a lo moralmente aceptable.
La historia bíblica nos señala personajes devotos que dieron singular atención a los asuntos políticos. Profesar un credo no los alejó de la vida pública, política y administrativa. Esdras por ejemplo fue un ciudadano tan virtuoso que atrajo tanto la atención providencial de Artajerjes, que lo nombró representante especial de Medopersia. Nehemías, llegó a ser alto oficial con libre acceso a la presencia del rey. Estos y muchos más en virtud del buen desempeño de sus cargos llegaron a ser fieles amigos, consejeros y representantes de los altos gobernantes.
Ninguno de estos personajes buscó protagonismo. Solo por su ejemplo y servicio sin pretensiones, asumieron cargos y promociones, aprovechados con inteligencia para conducir a los pueblos a mejores condiciones de bienestar.
A los líderes religiosos no compete una misión distinta que convocar la concentración de las masas a aquello que el mismo Cristo llamó “Un reino que no es de este mundo”, sin violar la conciencia propia ni la de ninguno.
Y es que un líder religioso debe ser prudente y mantener la actitud que más convenga al único interés que les atañe: mostrar al supremo, guiar espiritualmente a sus confesos, amar al prójimo, servir y aplicar una misericordia objetiva. Como parte de la sociedad las confesiones religiosas deben comprometerse con toda la verdad y no con la verdad a medias, las que convienen a sus intereses o a sus arcas.
La paz no se escribe con “S” ni con “Z” en un escritorio. La paz se escribe con “P” de perdón. La Biblia dice “mi paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da yo os la doy”. La mano del hombre es solo el instrumento que concretará una etapa de una paz que va más allá y que comienza con la aceptación de lo sagrado en el corazón de cada uno y de la aceptación del prójimo por más errado que este parezca. La Paz inicia con la búsqueda del consenso y la reconciliación en el seno de la familia, la iglesia y la comunidad.
Las iglesias deben promover, defender y proteger la libertad religiosa hasta donde sea posible, la libertad de cultos hasta ahora es constitucional y con esta es también implícita la libertad de los feligreses para sus decisiones en cualquier ámbito sin coacciones.
Con las medias verdades el uno y del otro, una Colombia dividida se aferra a las frías estadísticas buscando afanosamente luz para escoger entre el lobo y el león. Ninguno es mejor que el otro, y ninguno encaja en el molde de la perfección moral, como tampoco cabemos nosotros. Solo nos queda como ciudadanos en la mejor de las coherencias, las libertades, y conciencias; encender la llama de la participación plena y efectiva para exigir gobiernos más justos y ecuánimes que entiendan que es paz y todo lo que implica promoverla.
alvaroquintana@gestores.com
Comentarios ()