Suelo encontrarme con quienes ven la ciencia como un receptáculo de certezas, de respuestas prefabricadas, un canon inmutable de verdades absolutas. Nada más lejos de la realidad: el motor de la ciencia, por el contrario, es el escepticismo frente a cualquier dogma; la chispa que anima el descubrimiento es la duda. Es la duda -la famosa duda metódica del filósofo Descartes– la que inicia las maravillosas empresas intelectuales que nos llevan a penetrar los misterios del universo.
El ejercicio de la duda no es fácil, sin embargo.
Por un lado, exige un entrenamiento que, para quien decide conducirlo en una carrera académica, versa sobre teorías y métodos, y cuyo nivel máximo de expresión se conoce en el argot académico como “tesis doctoral”. No obstante su dificultad, esta es la parte fácil.
Por otro lado, la parte más difícil del ejercicio de la duda consiste en aprender a cultivar el escepticismo como una actitud constante en la vida; es decir, aprender a cuestionar críticamente todo lo que uno cree que sabe. Y es lo más difícil porque la sociedad nos acostumbra a la comodidad de las certezas y los dogmas. Así, el reto del libre pensamiento consiste en aprender a dudar y en atreverse a hacerlo.
La libertad de pensamiento, así entendida, no es un rumbo destinado solo a aquellos que opten por una vida académica. Por el contrario, es un reto que todo ciudadano responsable debe animarse a asumir. Es por ello que hoy quisiera dejarles un ejercicio, que tomo de un libro encantador: Cómo pensar como Leonardo da Vinci, de Michael J. Gelb (publicado en inglés por Delta Press en 2004) y del cual traduzco libremente algunos fragmentos:
“Examine sus creencias y sus fuentes. Muchos de nosotros estamos desatentos a las fuentes que usamos para obtener y verificar información. Sabemos que tenemos opiniones, supuestos y creencias sobre una gran variedad de temas: la naturaleza humana, la ética, la política, los grupos étnicos, los hechos científicos, la sexualidad, la religión, la medicina, el sentido de la vida, el arte, el matrimonio, la crianza de los hijos, la historia, otras culturas, etc. Pero ¿sabe usted cómo se encontró con esas creencias? O ¿de dónde obtuvo la información sobre la que ellas están basadas?
Comience por elegir tres de las áreas del párrafo anterior; por ejemplo, la naturaleza humana, la política y el arte. Entonces, en un cuaderno, escriba al menos tres ideas, opiniones, supuestos o creencias que usted tenga en esas áreas y pregúntese sobre cada una: ¿Cómo me formé esta opinión? ¿Con cuánta firmeza creo en ella? ¿Por qué la mantengo? ¿Qué haría que yo cambiara de opinión al respecto? ¿Cuáles de mis creencias me generan emociones más fuertes? Apúntele a determinar, a través de la reflexión, la fuente de su información y los fundamentos de sus creencias y opiniones.”
La invitación es a que hagan esta prueba, y que se animen a liberar su pensamiento, a que abracen la duda metódica y a que no la vean como una trampa sino como un medio para ejercer una ciudadanía más reflexiva y, por lo tanto, responsable.
*Director del Programa de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, UTB
pabitbol@unitecnologica.edu.co
Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB o a sus directivos.
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