Columna


Lluvias y trancones

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

23 de julio de 2016 12:00 AM

En el primer mundo se rinde tributo ilimitado a la meteorología. En la TV, programas, estaciones y canales dedicados al  tema. El Weather Channel es de obligatoria consulta para planear el día, la semana o el weekend. Técnicos, radares, satélites y aviones hacen posible un diagnóstico científico sobre el clima, aunque también se equivocan…

El clima y la meteorología últimamente han tenido toda la atención. Es apenas sensato acomodar las actividades a las condiciones que nos impone el medio ambiente.

En Europa y USA, un fuerte aguacero no causa impactos negativos. Gabardinas, paraguas y zapatones ayudan en la rutina de trabajo. En la metrópolis andina están acostumbrados a chubascos hostiles y vientos paramunos. En nuestro Caribe asustan hasta leves chaparrones y garúas. Porque cualquier llovizna hace destrozos, además de paralizar el tránsito, debido al pésimo sistema de alcantarillado pluvial y a la red vial que padecemos por culpa del centralismo, y de nuestra desidia.

Aunque los aguaceros son más esporádicos por lo de “El Niño”, que tiene dos años de andar secando nuestros campos, en Cartagena, especialmente en el centro histórico y la rutilante Bocagrande, se concentran las lluvias. Los vehículos se aglomeran en un trancón de proporciones escandalosas. La hiperestesia se convierte en reyerta y caos, cuando para “navegar” 100 metros nos demoramos 45 minutos. No hay un policía… y si lo hay es peor, nadie lo obedece. Busetas desvencijadas atropellan a los demás automotores. La intensa disputa de cada metro nos pone a maldecir.

En la lejana infancia un aguacero servía para disfrutar los chorros que se formaban en los tejados de robustos caserones. El fútbol no se altera con la lluvia. Cualquier cantidad de clásicos se han cumplido en medio de una tempestad. Solo el béisbol y las corridas de toros se aplazan porque llovió.

Los pescadores y navegantes sabios respetan el mar y las alteraciones atmosféricas. Recalan sus naves y aplazan sus hermosos sueños de surcar los océanos, hasta cuando todo sea propicio.

Hay perversos que escuchan contentos datos sobre el clima cuando está alterado, para deleitarse cómodos y burlones en su casa, mientras otros deben soportar penalidades. Tampoco faltan quienes se instalan cerca de los charcos para mofarse de algunos que son mojados por los vehículos. Otros nos deleitamos con el garboso manejo que las mujeres dan al paraguas y los tacones.

En el Caribe cuando amanece el “chis chis” se sabe que el día seguirá así y que lo que falta en intensidad al sereno, lo compensará en duración.

El día está tigrero, exclamaban los viejos. Obedecía este término a que el tigre, cuando hay llovizna, sale de cacería. Esa condición despierta un ritual erótico que persiste hasta nuestros días.

abeltranpareja@gmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS