Columna


Lo público es sagrado

OLGA ACOSTA A.

12 de enero de 2017 12:00 AM

Del maestro Antanas Mockus aprendimos que “uno no nace ciudadano. Al ser tratado como ciudadano y al tratar a otros como ciudadano uno se vuelve ciudadano”.

En este sentido, la ciudadanía vista desde la democracia pone la igualdad y la valía de las personas en el centro de las acciones, los discursos y las prácticas sociales de ésta: en esta dinámica las personas que habitan un territorio y las que lo hacen de forma transitoria pueden sentir y ejercer esta ciudadanía.

El ejercicio de la ciudadanía implica unas reglas básicas de convivencia –cultura ciudadana- y una de sus máximas tiene que ver con que lo público es de todos y, en consecuencia, es sagrado. Ningún poder, “buena” intención, intereses económicos, entre otros, puede ni debe estar por encima de esta máxima, y lo que pertenece a todos para el disfrute público no se lo puede apropiar nadie bajo ningún concepto.

El que Cartagena hoy tenga invadidas sus plazas, parques, calles, con uso privado, no es sino la muestra de la ausencia de cultura ciudadana, desde los que toman las decisiones sobre éstos, hasta el sector privado que propone su comercialización y más aun de los ciudadanos que lo permiten. No es justificable, de ninguna manera, que no se pueda transitar libremente por estos lugares, que alguien no se pueda quedar mirando lejos en una de las plazas si así lo desea. El escenario con el que nos topamos hoy en las calles del Centro de Cartagena es un desplazamiento vulgar y una invasión al espacio público que no tiene justificación alguna y afecta a todos los ciudadanos que transitamos por ellas.

Lo que está en juego con la privatización de estos sitios públicos es la cohesión social que tanto requiere Cartagena, pasar de la ciudad colonial a la integración ciudadana. Que nuestros espacios públicos sean verdaderos lugares de encuentro, que ellos generen sentido de pertenencia y no desarraigo, impulsen el progreso económico y no el enriquecimiento ilícito, que faciliten y promuevan la convivencia entre propios y extraños así como el respeto al patrimonio común: un escenario colectivo que nos llene de orgullo y nos eduque a la vez.

No se trata de que unos privados con mesas y sillas elegantes lo tomen con la excusa de la promoción del turismo, tampoco, que pobres y desposeídos lo hagan con sus ventas con el argumento de la subsistencia. No, ni lo uno ni lo otro, el espacio público, nuestras calles, nuestras plazas, andenes y parques deben seguir siendo zonas para todos y todas.

Los lugares públicos, sagrados por excelencia, son los privilegiados para formar la cultura ciudadana, son los espacios para mirarse, sentir a los otros, sus huellas, sus marcas, su presencia para el reconocimiento como iguales, lugares a los que se tiene derecho a disfrutar porque son de todos y el Estado debe garantizarlo.
 



 

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