Curiosa la vida, la historia, lo que sea que hace del destino un imprevisto suceder de paradojas, virtuosas o capaces de producir horror, compasión, rabia. Marcas desgraciadas o renovadas esperanzas.
En el antiguo cristianismo la presencia de los niños construyó una figura de inocencia, objeto de cuidados y respeto. Era frecuente que se les asemejara o comparara con los ángeles.
La historia de Jesús empezó en su niñez. Fue protegido cuando el poder político consideró que uno de los niños que nacían por entonces pondría en peligro el mando, la autoridad. Hubo persecuciones, matanzas. El hijo del Dios de los cristianos, al crecer en la pobreza, entre María y el carpintero, consagró la humildad como aprendizaje humano. Lo esencial de la herencia no es material. Vivir los retos es más difícil que gerenciar bienes. La una y los otros, perecederos.
Moisés queda en una canasta en la corriente del río.
Los siglos transcurrieron y la antiquísima tensión entre el niño y su forma de percibir su mundo fue más allá, en la literatura y en el cine, de la lucha entre la inocencia, el destino desconocido, y la crueldad.
Desde las fábulas de brujas, bosques, lobos, hasta las modernas aventuras del japonés Miyasaki y de la cotidianidad del italiano Rodari, el personaje niño padece el desajuste del mundo, la incomprensión de la muerte, y el asombro del universo, cuando le permiten asomarse en las noches sin monstruos a contar astros, luces de aviones, satélites perdidos.
En los evangelios hay una advertencia: quien escandalice a un niño más le vale amarrarse una rueda de molino al cuello y tirarse al mar. No sé en cuántas ocasiones más, apeló la religión a designar al criminal como su propio juez e indicarle esa pena única. El suicidio para expiar.
Quizá reflejos de esas historias, el Oskar que no quiere crecer de Grass; la infancia de Iván de Tarkovski; Fanny y Alexander de Bergman; el niño que escapa del reformatorio de Truffaut; la pequeña del director Iraní; conmuevan o devuelvan el alma a quienes con aspavientos reciben la noticia de los niños que dejarán las armas de los sublevados.
Parece que nadie escapa a la locura de un planeta de pobreza y desigualdad, extraviado en el lucro y sus contabilidades inhumanas. Por qué las violaciones a niños, la prostitución de menores en las cacerías del turismo, el abuso de los padres en un sexo no terminado de formar, los narcóticos en el ano, el maltrato diario, no causan igual o peor conmoción que el acuerdo de esta semana donde damos un paso más para abandonar los tiros.
*Escritor
reburgosc@gmail.com
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