En el fútbol y en el Jet Set más estrambótico se revelan los excesos de nuevos magnates rusos. El lujo fastuoso era atribuido al Asia, pero los megarricos rusos son objeto de todas las miradas. No les interesa un lugar en el ranking de los billonarios que Forbes publica. Son estridentes y jactanciosos. Estos potentados extravagantes, gastan con una ostentación desafiante. Sus compras son sorprendentes, escandalosas, rebuscadas.
Hace 25 años ninguno tenía un rublo. Se les atribuye relaciones con el alto gobierno y la KGB. Se apoderaron de las grandes empresas durante la desintegración del Estado. Yeltsin, y después Putin, impulsaron su fuerza. La privatización abrió el dominio de los enormes recursos estatales y se consolidaron las fortunas de éstos emergentes hasta cifras increíbles. Peculiar redistribución hecha al descuartizar una riqueza colectiva.
La Costa Azul, la sobria Londres, la esplendorosa París están bajo el influjo de este derroche de locura. En Moscú la cosa es peor. Cerca de la plaza Roja, hay casinos fabulosos y sitios exclusivos para presumir y despilfarrar. En el GQ, en el Turandot, una botella de agua vale $50 dólares. Las superhembras mastican con displicencia caviar de beluga y cangrejos de Kamchatka. Mientras, corren raudales de Dom Perignon, y whiskys finos, con el costoso y contaminante aroma de puros Partagas.
Moscú de noche en su vórtice central, se llena de Rolls Royces, Bentleys y Lamborghinis. Las subastas prestigiosas como Sothebys y Christies están entregadas a los antojos de una nueva y poderosa clase.
El petróleo, el aluminio, el níquel, el carbón y el acero pertenecen a nuevos oligarcas que antes usaron overol y tenían nexos íntimos con el Estado.
Mientras uno de ellos es dueño de un costoso equipo de fútbol: el Chelsea. Otro tiene un yate de 400 millones de euros y un jet privado por el que pagó 250 millones. Casi todos poseen caballos purasangre con valor superior al millón de euros cada uno. En fin…
Pero los rusos no han cambiado. Todavía parecen de la KGB y juegan ajedrez con uranio y misiles. Putin sigue queriendo divertirse en las dos áreas. Ahora aparenta ser amigo del complicado Trump, y juntos simulan que entraron a mediar en un conflicto.
Pero Rusia es parte del problema, no de la solución. La débil diplomacia occidental y la falta de unidad de la Otan no lograron impedir la guerra fría del siglo 21. La expansión rusa continuará.
Es un desafío a occidente, al orden europeo y a tímidas normas de convivencia pacifica. Se camina entre el terror de los turbantes y la ambición expansiva de Moscú.
¿Los “halcones” se impondrán a requerimientos sociales? Esta hemorragia de dinero, poder y ordinariez se suma al liderazgo belicoso del contradictor tradicional que ruge, en inglés, la misma perorata.
Estos potentados extravagantes, gastan con una ostentación desafiante. Sus compras son sorprendentes, escandalosas, rebuscadas.
Es un desafío (...) Se camina entre el terror de los turbantes y la ambición expansiva de Moscú.
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