Columna


Maestros de carne y sueños

HENRY VERGARA SAGBINI

16 de abril de 2018 12:00 AM

El peso descomunal de los dos tomos de Anatomía Humana de Testut y Latarjet impedía, a los primíparos de entonces, despegar las pupilas de las delicadas piezas del rompecabezas del cuerpo humano. El tiempo se usaba, casi exclusivamente, grabando la arquitectura y la perfecta sincronía de sus 206 huesos con los 650 músculos, explorando los laberintos del aparato circulatorio, el fuelle pulmonar y la maraña de circuitos cerebrales. El inolvidable maestro José Insignares Canedo oficiaba como experto guía de aquella aventura a las entrañas del intelecto y, con voz de trueno pregonaba que “sin exigencia no hay excelencia,  para que no queden como loro en estaca”.

Más tarde, cual despiadado trapiche, los doctores Víctor Barbosa y El  Johnny Pulgar, nos extraían hasta la última gota de vigilia y paciencia, empecinados en colgar, de cada una de nuestras fatigadas neuronas, las interminables fórmulas de los aldehídos y el milagro bioquímico del Ciclo de Krebs. ¿Cómo olvidar aquellos primeros semestres cursados en la  querida Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena? Quedaron  por siempre, en lo más íntimo de los recuerdos, el laboratorio de fisiología del doctor Darío Morón y las disertaciones magistrales de Ivo Seni en búsqueda del corazón eterno. 

Resplandecen las añoranzas  frente a la imagen  del doctor Adolfo Pareja Jiménez,  eximio pianista con bata de cirujano, quien mezclaba el pragmatismo de la ciencia médica con  música, poesía,  literatura, teatro y acuarelas, dándole de beber a cada uno de sus alumnos, sorbos del más puro conocimiento y manantiales de humanismo. El primer día de clases nos sorprendió pidiéndonos que, cada uno de nosotros, buscara  un pequeño espejo. Confieso que en ese instante sospeché que algo muy grave le ocurría a la cordura del afamado maestro. “Colegas”, nos dijo desde el púlpito de las bancas centenarias del Hospital Santa Clara...  “Recuerden siempre que el que solo de medicina sabe, ni de medicina sabe y que, para ser un médico de verdad verdad, deberá prepárense toda su vida y, al atender cada paciente, ponga sobre su  rostro ese cristal ético que tiene en sus manos, tratándolo  con el respeto y la dedicación que exigiría para aquel  que se refleja en el espejo: usted”.

En esta época parasitada por las leyes del papayazo y del embudo, el 10 de Maradona y las puntadas con dedal, cuánta falta nos hacen aquellos seres de carne y sueños, artesanos de la dignidad humana.

Entre los eslabones perdidos de mi nostalgia encontré el famoso espejito del doctor Adolfo Pareja y me dispongo a enviárselo, sin muchas ilusiones, a nuestro inefable ministro de salud. 


hvsagbini_26@yahoo.es
 

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