Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

15 de mayo de 2016 12:00 AM

El cuarto de hora de la izquierda latinoamericana se agota. Primero, porque no obedecía a un marco uniforme: el estalinismo atenuado de Chávez y Maduro difería de la socialdemocracia equilibrada de Lula y la soberbia montonera de los Kirchner distaba de la audacia realista de Pepe Mújica. Segundo, porque en Argentina, Ecuador, Nicaragua y Venezuela se vulneraron libertades básicas como la de expresión. Tercero, porque también se corrompió.

Por la riqueza petrolera de Venezuela, el coronel Chávez pudo, en época de vacas gordas, con el precio del barril por los cielos, salvar a Cuba de la asfixia económica y aglutinar alrededor de su proyecto revolucionario a las naciones del Alba y Mercosur, en su afán de hallarle sustitutos multilaterales a la OEA con el fin de quitarle juego político a los Estados Unidos, modificando la geopolítica latinoamericana y consolidando para él un liderazgo regional.

A Brasil, el más grande y desarrollado de los seis del grupo, nunca se le ocurrió quitarle dientes al Estado democrático y así sacó de la pobreza extrema a treinta millones de brasileños, sin ofender la ortodoxia del sistema político y con una economía que llegó a crecer al 7,5% del PIB, casi al nivel de las potencias emergentes. Suerte similar tuvieron, guardadas las proporciones, Argentina, Ecuador, Bolivia, Chile en el primer período de Bachelet, Nicaragua y Uruguay.

Sí hubo, al cabo de un tiempo, una uniformidad en el marco por los éxitos económicos: las reelecciones de Chávez, Lula, Cristina, Evo, Dilma, Correa y Ortega. Sin embargo, como el sombrero soplador de la nueva y matizada izquierda latinoamericana era Venezuela, y como el señor Maduro terminó de madurar la hecatombe económica e institucional que venía desde Chávez, los pueblos y las clases dirigentes del resto del mapa socialista se asustaron con la ruina oprobiosa del vecino y se sacudieron con votos y un impeachment.

Hasta un poco antes de las Farc, la izquierda toda, la comunista y la moderada, fue afirmativa en su lucha contra la corrupción. Después de las Farc, el poder se encargó de meter también en el cesto de los contagios al socialismo del siglo XXI en todas sus modalidades. Venezuela es la campeona con el cartel de los soles, que parece ser la única bodega abastecida del aparato productivo bolivariano.

Triste el espectáculo, sobre todo el desplome del más carismático de los líderes, del expresidente Lula y, claro, el del ángulo del espectro político que exalta los ideales de transformación social, cuyos principios tutelares aun conmueven a la juventud y a la gente de mayor sensibilidad. ¡Qué hacemos! Sus conductores cambiaron los derroteros de Lenin y Jean Jaurès por las coimas de Odebrecht.

Todo era mejor –decía Quevedo– cuando sólo se codiciaba lo decente.

*Columnista

CARLOS VILLALBA BUSTILLO*
carvibus@yahoo.es

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