Los trucos de la prestidigitación política ocuparon el lugar que las ideas, la sindéresis, la honradez y la franqueza tuvieron en la vida pública colombiana durante tantas décadas. Eso nos produjo un déficit de grandeza que no podrá ser objeto de las artes financieras del ministro Mauricio Draga Coll. Los recursos para taparlo son de una calidad que se perdió en el tropel de presidentes manipuladores que nos han gobernado últimamente, y que brilla por su ausencia en los candidatos y candidatas en que hacen cola para sucederlos.
Cuando el más bochinchero de la nueva fila, el ex procurador Ordóñez, no pudo inventarse una dilación más en el proceso de nulidad de su reelección en el Consejo de Estado, quiso restarle piso jurídico al fallo que temía declarándose objetivo militar de Santos y las Farc por las repercusiones que causaría a su delirio de ser candidato a la Presidencia de la República. Típico de un autoritario que no amonestaba en busca de la corrección, sino del escándalo.
El muy simpático doctor Ordóñez reclama para su gloria, desde el día en que lo destronaron de su olimpo, la palma del mártir, el símbolo de abnegada resignación que sumó a la vara de azucenas del santo y a la clámide del semidiós que ya portaba por la devoción con que lanzó a la hoguera, gracias a sus arrestos de inquisidor, aquellos libros satánicos con los cuales desafiaron su ira. Desde entonces hasta esta sentencia, su vida, la de justiciero y la privada, fue una novela rosa.
Después de presidir escenas de llanto similares a las de Corea del Norte cuando mueren sus dictadores, dirigidas por su esposa y por la viceprocuradora, arrancó para el Palacio de Justicia dizque a notificarse de la providencia (la judicial, no la Divina) que lo sorprendió entre la tercera base y el home plate. Un acto cómico con caracteres grotescos cuando el semidiós, en respuesta a la demora del tribunal, renunció a su cargo.
Una de las virtudes de las farsas teatrales, desde la antigüedad clásica, es que sean verosímiles, y Alejandro El Pequeño no podía renunciar a algo que ya no era suyo o de su incumbencia. Dos senadores que yo creía respetables, Hernán Andrade y Alfredo Rangel, dijeron que avalarían la renuncia. Olvidé que el uno es conservador y el otro del Centro Democrático, los dos trapecios donde alternan sus acrobacias el doctor Ordóñez y la ex ministra Marta Lucía Ramírez. Un pie en Judea y otro en Galilea.
Por bajito que haya caído la Presidencia de la República, ojalá que quienes la pretenden sean, por Dios, más serios y rigurosos y no se intoxiquen de vanidad. El que no sabe adónde va, observaba Séneca, el hombrecito que defendió una ética para superar las debilidades humanas, nunca encuentra vientos favorables.
Columnista
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