Cuando el expresidente Mariano Ospina Pérez vino a Cartagena a preguntarles a los cartageneros si querían alcantarillado o estadio de béisbol, pidió que lo llevaran a darle un vistazo a la casa de Rafael Núñez. Al percatarse del avanzado deterioro en que estaba, dijo una sola y rotunda frase: “Esto es una vergüenza imperdonable”. Al regresar a Bogotá, conmovido aún, ordenó los trámites para declararla monumento nacional y salvarla, de un derrumbe inminente, con dineros del Tesoro.
Cito este antecedente ahora que se ha destacado, con letras y gráficas, la ruina del Parque Apolo, donde se levanta la estatua del Regenerador, por ser otra vergüenza que no tiene nombre ni responsable. No hay alcalde ni ministro que se sienta vinculado a tamaño abandono. La lenidad y el desgreño no generan colisión de competencias. Hasta los pesos muertos no llegan los celos de buena ley. Para ellos no hay visión estereoscópica.
Se sabe que la Universidad Rafael Núñez, en gesto generoso, tuvo a su cargo la conservación del parque por tres años en aplicación de un convenio con el Distrito. Vencido el convenio, volvimos a la indolencia: ni Distrito ni Nación se preocuparon por ponerse de acuerdo a ver cómo se rescataba un bien público consagrado a la memoria del único presidente que dio Cartagena, y a la Constitución que ese presidente dejó para la posteridad con un flete de vigencia centenaria.
Pero alguien tiene que responder por eso. Vivimos ufanos de nuestro centro histórico, y ahí no más, a un paso, en un parquecito integrado al panorama que más atrae al turista por su valor arquitectónico e histórico, sobre todo al turista colombiano, se yergue un atentado contra el civismo y el medio ambiente, que es el otro lado negro de la incuria oficial.
Ya casi en el punto de saturación del desencanto, los vecinos de El Cabrero se pellizcaron y se disponen a revivir su asociación para definir un proyecto reparador. Quiera el ánima de doña Reneta Micolao que el entusiasmo dure, pues ella fue, en vida, una de los adalides de la defensa del barrio. Que se vea la participación ciudadana, para que la Alcaldía y el IPCC dejen de jugar a la gallina ciega y ciñan el problema por la collera. Cuando no sabemos a dónde vamos, todos los vientos son malos.
Cuánto tiempo sin verte, Cartagena, escribió una vez el poeta Jorge Rojas al regresar después de varios años a solazarse con sus piedras y su cielo. ¿Qué tal si viviera y pidiera que lo lleven a recorrer el Parque Apolo?
Ya Cartagena no es una ciudad que se mueve lentamente. Al contrario, la fluidez de su sociedad urge actos de robusta y sana autoridad que mantengan, renueven y mejoren los rasgos de su fisonomía singular, aprovechando el espacio público para la recreación y el desfogue a que nos obliga la abrasiva congestión urbana.
carvibus@yahoo.es
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