En el Buzón del viernes pasado, Iván Ponnefz expresó: “¿Y qué tanto es que se caiga La Popa si eso a nadie le importa? La Popa es la exaltación a la miseria de Cartagena y la muestra volcánica de la ineptitud de sus autoridades. No hay un solo programa para su cuido, para su reforestación, ni para revertir su invasión… La Popa es, hace rato, un basurero, una loma de drogas… y un balcón a la pobreza de Cartagena”.
Ese es un párrafo escrito con dolor de patria chica e indignación, porque resume un trasiego de indolencia oficial que, a pesar de las alarmas que han sonado de cuando en cuando, se prolonga día tras día. El peligro que se cierne sobre los barrios adyacentes y sobre la ciudad misma por ser un emblema con historia religiosa, social, política y turística, lo confirmó la Sociedad de Ingenieros y Arquitectos y lo desactivó una comisión del Servicio Geológico Colombiano.
Ayer, aquí en El Universal, se publicaron las conclusiones de su informe, una de las cuales es que la fractura de la piedra del Salto del Cabrón, que pesa 1800 toneladas, es apenas de cuarenta de ellas y, por lo tanto, “el riesgo es menor de lo esperado”, sin perjuicio de que se adelante un estudio de geotecnia “que determine el grado de riesgo de existe en el cerro”. Quiera la Virgen de la Candelaria que lo terminen antes de que las gallinas paran pollitos y las burras pongan huevos.
La opinión de los señores geólogos pinta fatal, pues ahora el sueño de nuestras autoridades por la menor gravedad de la amenaza volverá a verter su bálsamo engañoso sobre las grietas de la erosión, inclusive sobre las precauciones anteriores a las obras que recomiende el estudio, sin miedo a que una noche cualquiera nos levantemos, en ropa de dormir o en los físicos cueros, a mirar sin asombro el desprendimiento de las 1800 toneladas de material rocoso.
Don Gonzalo Zúñiga Ángel, padre del ex director de este periódico, y crítico implacable de la teoría de Copérnico sobre el giro de los planetas alrededor del sol, decía que si fuera cierta tanta belleza La Popa habría rodado en átomos por tierra, mar y aire, aunque de todos modos, agregaba el viejo Gonzalo, antes de un siglo desaparecerá. De eso hará pronto sesenta y dos años, y le ha tocado en desgracia al bondadoso Manolo Duque enfrentar el momento más dramático de la cima y su convento.
Uno de esos ingenios de picante mordacidad macondiana, con quien comenté la carta de Iván Ponnefz, elogió sin titubeos la pregunta sobre qué tanto es que se caiga La Popa, ya que en su concepto las ruinas que queden serán un atractivo turístico como las ruinas de Palmira, o las del Partenón y las del Coliseo Romano, o un bocado para los arqueólogos como Pompeya, gracias a la semejanza entre la calle de los Chivos y las villas donde veraneaba la aristocracia romana.
Columnista
carvibus@yahoo.es
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