Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

16 de abril de 2017 01:10 AM

Por solicitud del gobierno de la Segunda República Española, en abril de 1937, Pablo Ruiz Picasso pintó el cuadro que lo consagraría por tener unos ojos que veían lo que otros, muchos y variados, nunca veían, ni para pintar ni para admirar una pintura de sugerencias y símbolos: el Guernica. Toda una catilinaria, en óleo sobre lienzo, contra la barbarie de las guerras que han arrasado naciones y conmovido al mundo.

El motivo concreto de la reacción picassiana fue el bombardeo que la aviación alemana derramó contra la población vasca de Guernica, una villa de cinco mil habitantes, dos años antes de la Segunda Guerra Mundial.

Pero España padecía, por aquellos mismos días, los horrores de otra matanza entre republicanos y fascistas, muy bien narrada por don Manuel Azaña en “La velada de Benicarló”, escrito más o menos en el mismo tiempo que le tomó a Picasso pintar la joya de su corona.

Contrariando los atrevimientos que le atribuían a Picasso por el ojo privilegiado que guiaba sus pinceles, el malagueño se asustó cuando reparó en que lo que había de pintar por encargo era casi un mural.

Bastante para él, que amaba los cuadros normalitos. Sí, era un ocho por cuatro, según Carlos Saura, quien estrenará hoy en Madrid su película sobre la obra. Tal vez Picasso presintió que lo enfrentarían a la prueba que podía encumbrarlo o estrellarlo, pese a sus 56 años y a su renombre. Tenía el temple del alma conectado con sus nervios.

Entre mayo y junio de 1937, don Pablo hizo una pila larga de bocetos antes de que la versión definitiva estuviera lista para colgar en el pabellón español de la Exposición Internacional de París. Valió la pena, porque fue otra oportunidad para que la sensibilidad humana, al tiempo que aprestigiaba la plástica, revolucionándola, recordara que la paz tiene un valor y su preservación un sentido.

No debió ser extraño que el bando afín con los alemanes del ataque lo celebrara, y que pensara en Picasso como un bellaco digno de cárcel o exilio. Al fin y al cabo eran portadores de violencia y terror, y los justificaban por el imperativo de beneficiarse de una victoria militar que obtuvieron. Vaya usted a saber si se reirían del gris luctuoso que prefirió el artista a otras tonalidades que deslizaran una que otra pizca de alegría.

El arte es, definitivamente, intemporal y noble. Coincide la conmemoración de los 80 años del Guernica con las monstruosidades perpetradas en Siria. La madre que grita con el hijo muerto en sus brazos revive las escenas desgarradoras de Aylan Kurdi, el niño ahogado que alcanzó una playa, y de Omran Raqneesh, el otro niño triste y polvoriento que, en una silla destartalada, reposó la confusión que le causó el bombardeo que lo dejó huérfano.

Que los 80 del Guernica sirvan para enviarle una réplica a cada presidente genocida.

*Columnista

carvibus@yahoo.es

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS