Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

23 de julio de 2017 12:00 AM

Una judía polaca que cambió su nombre original de Frymeta Idesa Frenkel por el de Françoise Frenkel, que estudió de joven en París y se apasionó por la lengua y las letras francesas, dejó un testimonio, desconocido fuera de Suiza hasta 2015, sobre su experiencia como librera en la Alemania nazi. Frenkel halló en los libros vocación y oficio, y demostró que la vitalidad del espíritu y las satisfacciones del dinero no son incompatibles, si se juntan, mientras no rebasen las fronteras del trabajo honrado.

“Una librería en Berlín” lleva por título dicho testimonio, cuya importancia literaria avaló un prólogo de Patrick Modiano, el Nobel francés. En aquella mujer valiosa y valerosa se juntaron también la necesidad de las ventas y la excitación de la lectura, durante 18 años de una vida que, entre 1921 y 1939, se apoyó en dos características dominantes en la gente de sus creencias y su raza, como la constancia y la prosperidad.

Por aquel pequeño ateneo del pensamiento francés desfilaron conferenciantes como Julien Benda, André Maurois, Claude Anet, André Gide y Henri Barbusse, entre otros, a proyectar las reverdecidas letras de Francia durante la primera postguerra. Pertinacias de la nación indoblegable que se programaba con los ojos y la mente en la “grandeur” que encandecía los ímpetus del general De Gaulle.

Pero, a partir de 1935, a la señora Frenkel le hicieron cola los reveses y los desasosiegos. Los tentáculos del nacional socialismo, en aplicación de las leyes raciales de Nuremberg, comenzaron a impacientarla, no por su actividad, pues ella no distribuía literatura que pinchara la integridad del régimen, sino por su origen, que era, para el führer y sus esbirros, un estigma que merecía asedios, torturas, campos de concentración y exterminio.

El 27 de agosto de 1939, cinco días antes del estallido de la guerra, Frenkel salió en tren hacia París. Desde ese día, su testimonio, es decir, “Una librería en Berlín”, tomó la forma de unas memorias de guerra: su errar, sus fatigas, sus encierros, el chivateo de los soplones, las redadas, las crueldades del invasor, las desmesuras del mercado negro, las deportaciones, su detención en la frontera, sus padecimientos de reclusa y su tránsito final a Suiza.

Solo al concluir la lectura del testimonio y las memorias es cuando el lector advierte que lo que se leyó fue una novela con técnica, estilo y prosa relucientes, para descubrir, de golpe y porrazo, que la autora era más profesional que negociante y más sensible que ambiciosa. La novelista y la novela desaparecieron en 1945, pero esta revivió hace apenas dos años. Salvo a su corazón, al valor humano y al genio de Frenkel no le infirieron daño las alimañas exaltadas del odio antisemita.
Todo por un presunto romance de la madre de Hitler con un judío.
 

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