Como si hubiera presentido que por primera vez tendría una imagen negativa superior a la positiva (52% en contra y 43% a favor), y que la aprobación de Santos y la confianza popular en el proceso de paz mejorarían en los cuatro últimos meses, el expresidente Álvaro Uribe, deseoso de que el país le deba un aporte a lo pactado en La Habana, pergeñó con su mano poderosa textos modificatorios de leyes y decretos expedidos y por expedirse en materia de paz y posconflicto. Sagacidad de vidente, de “hombre genial e irrepetible”.
Vi por eso, con complacencia, que el senador Uribe Vélez hubiera radicado en el Congreso cuatro proyectos en busca de cambios a lo acordado entre Santos y el estado mayor de las Farc. Su iniciativa de legislador dejó sin piso la proterva intención de “volver trizas el maldito Acuerdo”, y pretende que el inventario de bienes y activos de la guerrilla desmovilizada contribuya a indemnizar a las víctimas, que son millones en espera de verdad y reparación.
Con sus proyectos –el anterior y otros sobre ajustes a la propiedad rural, desmantelamiento de una unidad especial de la Fiscalía y supresión de varios cargos en la Contraloría General de la República– Uribe suavizó, de modo notorio, la intención que acarició, al ganar el No el año anterior, de imponer a las Farc todas las sanciones que le inspiró con obstinación su sed de venganza. Un destello de sensatez lo hizo recapacitar con un consiguiente viraje en su estrategia.
Puede que la suerte de sus proyectos en el trámite parlamentario resulte adversa, pero los electores apreciarán que, con ellos, otro Uribe le transmite al país menos intemperancia y más racionalidad en el análisis de los compromisos que el Estado adquirió al suscribir los documentos surgidos de los diálogos. El nuestro no es un Estado forajido, sino democrático y con instituciones a su servicio, garantía y palestra de libertades y derechos.
Bajándose de la nube y desmintiendo a los áulicos que repiten como loras sus cantaletas y consignas, el jefe recobra mando y pone orden en sus cuadros. Eso es mejor que fabricar falacias, amontonar rencores, desatar fobias y creer que Colombia es propiedad privada suya, absoluta y sin función social que implique obligaciones. No, ya ese 52% de desaprobación contra el 43% de aprobación que revelaron los sondeos el jueves anterior, le indica al medio país fanatizado que votó más por la guerra que por el fracaso de los acuerdos, en octubre pasado, que la política gira y castiga.
¡Qué bueno ver a un Uribe más humano que mesiánico y más reflexivo que pasional!
De ser cierto que de las grandes crisis salen las grandes soluciones, la oportunidad es propicia para que pueblo y dirigentes no se equivoquen al escoger entre lo que le conviene al país y la pugnacidad que lo está desintegrando.
*Columnista
CARLOS VILLALBA BUSTILLO*
carvibus@yahoo.es
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