Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

24 de diciembre de 2017 12:00 AM

Nos llegó una nueva Navidad luego de doce meses turbulentos. Otra merecida tregua en el avatar cotidiano y anhelos de felicidad que son, en refrescante conjunción, los signos de la estación en estos días diáfanos y soleados del trópico. Las  ciudades populosas irradian entusiasmo y un clima espiritual que suscita esperanzas apacigua los designios de una sociedad convulsa y confusa donde la deshumanización parece ser la regla que traza la ruta.

Para los cristianos la Navidad es, además de una celebración que devuelve nuestras miradas a Belén, un acontecimiento universal que renueva los perfiles y la finalidad de la más grande revolución social de la historia, plasmada por Chateaubriand en “El genio del cristianismo”. Todos, de un modo u otro, somos peregrinos dispuestos a retomar con fe, de la savia filosófica de nuestros principios, el impulso que nos libere de insolidaridades y quebrantos desintegradores, con altibajos que desconsuelan.

El nacimiento de Jesús –profecía de Miqueas y comentario jubilar de Lucas y Mateo en las Sagradas Escrituras– pudo ser más que un augurio de salvación, más que un anuncio de paz. Pudo ser la paz misma. El solo cambio de una mentalidad pagana por otra religiosa, que se reflejó en las fiestas navideñas con el salto de las saturnales a las pascuas, transformó una tradición que se perdía en la noche de los tiempos y que arraigó en el cristianismo expresiones de sensibilidad atadas a un ideal acendrado y noble, infortunadamente trunco.

Llevamos siglos conmemorando la natividad, pero por desgracia en el terreno de las formas, con los pesebres, las felicitaciones a la manera del señor Horsley y los arbolitos artificialmente florecidos, cimbreados por las distorsiones que vuelca sobre la época el tinte sórdido de la especulación que todo lo envilece. Aquellos arreglos tan típicamente españoles de nuestras casas en diciembre, borrados a golpes de consumismo, sucumbieron al influjo de los relatos de Dickens y de las versiones sofisticadas de Santa Claus.

Poco han contribuido las treguas navideñas para impedir que la ferocidad humana, la corrupción y los bajos instintos rebasen obstáculos que creímos inexpugnables.

Hay depredaciones en el planeta entero, falta de comprensión entre la gente, intolerancia en sus relaciones políticas, protervia en su conducta social, e inversión de la moral y la ética por los vicios, el desenfreno de la codicia y un archimillonario mercado de muerte que depravó aún más al hombre contemporáneo. Lo que el profesor Finkielkraut llamó la derrota del pensamiento.

Nunca como hoy se implora la necesidad de que, con el ejemplo de Cristo, se intente la reconciliación del género humano y su reunificación en torno al imperio de la paz y tranquilidad universales.
*Columnista

carvibus@yahoo.es

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