Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

01 de julio de 2018 12:00 AM

El informe de Icomos sobre el riesgo que intrigantes y pícaros tienden  a la conservación de nuestro patrimonio arquitectónico y cultural, le suma seriedad a la perspectiva con que los cartageneros deberíamos mirar ese premio que nos deparó la historia. Lo que ha ocurrido en los dos últimos años sin que tres cuartas partes de la ciudad lo hayan advertido, incluyendo a los notables y las fuerzas vivas, merece rechazo social y sanciones disciplinarias, penales y fiscales.

Cuando se asocian folclor y corrupción en la función pública las consecuencias son dramáticas. Los atrasos con el POT y el PEMP prohijaron dos proyectos calamitosos como el Aquarela y el Hotel Santa Catalina, dos abusos que matan las visuales del Castillo de San Felipe y de la Torre del Reloj. Pero no hay martingala sensible a los venerables pergaminos de la Unesco, ni a las Cédulas Reales que homenajearon a la ciudad.

En el sainete de acusaciones de entidades distritales entre sí, y de ellas con el Ministerio de Cultura, el alcalde o los alcaldes bajo cuyos mandatos tuvo lugar la danza de licencias y permisos, jamás aparecieron en escena, como si la ciudad fuera una embarcación destartalada sin brújula ni carta de marear, al garete, y sacudida por las olas de la irresponsabilidad administrativa de los pusilánimes con bastón de mando.

La Constitución y el régimen especial del Distrito en nada los obligó a dirigir la acción administrativa, ni a representar legalmente a la entidad territorial, ni a prestar los servicios de su exclusiva competencia. Fueron como sonámbulos indiferentes al desorden urbano que pasó sobre ellos sin romperlos ni mancharlos. Se le escondieron al almendrón que se venía derechito contra los animadores del festín. Folclor del bueno.

Que la estructura de la ciudad hidalga ha cambiado, es cierto. Y bastante. La clase media se ha extendido y las populares se han diversificado para mal de sus culpas, porque un día sus metódicos asalariados amanecieron sin ahorros y sin la vivienda que pagaron con el fruto de sacrificios y privaciones por obra de cuatro o cinco resoluciones espurias. Empero, y con desfachatez de calaveras, constructores y funcionarios insisten en que todo se adelantó con el lleno de los requisitos legales.

Sin balas ni machetes, solo con petaquillas estiradas y sin cremalleras, la plaza invulnerable se volvió expugnable a los lances inmobiliarios y otras expresiones de grotesco pragmatismo. De mucho tiempo atrás. Tanto, que un  historiador irreverente y procaz me comentó que Cervantes Saavedra quiso venirse para Cartagena de Indias, justamente entre los dos siglos en que se construyeron los monumentos que forman nuestro patrimonio.

¿Por visionario y ambicioso? –le pregunté. No –me contestó –, porque era manco pero no mocho.

*Columnista

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS