Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

05 de agosto de 2018 12:00 AM

Cuando se encendió la polémica más reciente por la blanqueada que un pintor francés (curador, más bien) le dio a la piel del general Juan José Nieto, vi en ese atrevimiento de la plástica un antecedente de la decoloración que Michael Jackson ensayó con la suya, esa sí en carne propia y con técnica quirúrgica y a disgusto de algunos de sus admiradores y fans.

Contó Jackson con la suerte de que los afroamericanos de las tres Américas no lo lanzaron a las tinieblas exteriores, pues su blancura postiza entró a formar parte de su catálogo de atractivos. Era, al fin y al cabo, el ícono que triunfaba y enorgullecía a la raza que, en un país de discriminadores, había logrado derechos que le negaron por años con irrespetos y violencia, insensibilidad y odios ancestrales.

De Nieto puede decirse que fue, usando el título de la única obra de teatro que escribió y montó bajo su dirección, un hijo de sí propio, de sus medallas de oro y plata. Nacido para el poder, gobernó la provincia de Cartagena en la Administración de José Hilario López y le procuró las rentas que financiaran el proceso abolicionista aprobado en mayo de 1851, a cobijo del programa liberal de Ezequiel Rojas, para que la esclavitud dejara de existir donde tanto se coreaban las libertades individuales.

Injusta fue la marginación que se hizo de Nieto y su figura de dirigente recio y orgulloso, desconociendo su tránsito por la Presidencia de la República durante seis meses del año de 1861. Resabios de la insolencia cachaca del imperio chibcha, donde uno de sus hijos con méritos políticos, el ex presidente Turbay Ayala, dijo, al posesionarse como designado encargado del mando, que, así fuera por una fracción de segundo, el honor más grande de un ciudadano era cruzarse la banda de los presidentes. 

A pedido de la Academia de la Historia de Cartagena de Indias, el presidente Juan Manuel Santos le restableció a Nieto el derecho a su porción de historia, llenando el vacío que la mezquindad centralista mantuvo por más de siglo y medio. ¿Por haber simpatizado con el golpe del general Melo? ¿Por sus encontrones con Tomás Cipriano de Mosquera, su hermano masón?

No, por ser un morocho nacido, entre Baranoa y Tubará, de mulatos pobres pero libres, de la Costa Caribe. Corría el año de gracia de 1804.

Ahora bien: precisa reconocer al sociólogo Orlando Fals Borda y al historiador Eduardo Lemaître la reivindicación que hicieron de Nieto, de tres décadas para acá, en dos libros sustanciosos sobre la peripecia vital del personaje. El primero de ellos fue el denunciante de la desfiguración del cuadro, y el segundo, el cronista que resaltó la costeñidad del escritor, guerrero y estadista “invisibilizado” por su sangre y sus ejecutorias. 

Brille, pues, el recuerdo perpetuo de Juan José Nieto en el Salón de los Gobelinos.

“A pedido de la Academia de la Historia de Cartagena de Indias, el presidente Juan Manuel Santos le restableció a Nieto el derecho a su porción de historia (...)”
 

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