La elección de Yerlin Beltrán sirvió para que se supiera cuál es el estado real de la urbanización La India –la comunidad representada por ella en el reinado de la Independencia– en vías, servicios básicos, seguridad y obras prometidas y no ejecutadas. Algo que está a un tranco de parecerse a aquel núcleo humano que Miguel Otero Silva narró en su novela “Casas muertas”.
El presidente de la Junta de Acción Comunal enumeró las falencias que padecen sus moradores y se dolió del cinismo con que le respondieron su pedido de explicación por la demora en el arreglo de la calle principal. Le dijo a Rubén Darío Álvarez, el periodista de este diario que lo entrevistó, que la Secretaría de Infraestructura aseguró terminantemente que la vía, que parece una colección de huecos y zanjas, “estaba en perfectas condiciones”. Como si el barrio constituyera un patético montón de harapos lloriqueando desde la ventana: “Una motoniveladora por el amor de Dios”.
La India es uno de los tantos ejemplos de abandono de las zonas verdes, la energía, las rutas transversales, el fleteo, las pandillas, el microtráfico, las canchas deportivas, la recolección de basuras, las aguas estancadas y los riesgos de epidemias. Una concentración sociodemográfica sin esperanzas.
Si el panorama de la India de Yerlin es una constante que se replica en otros sectores populares, es porque falta voluntad para que los resultados de un modelo de desarrollo hablen por el equipo humano que lo concibe y lo lleve a cabo, de modo que sus formulaciones y objetivos no mueran como simple garrulería burocrática y agoten el tránsito del lenguaje emotivo de la demagogia a la verdad inexpugnable de las acciones lógicas.
Fue por eso por lo que los ríos de leche y miel que esperábamos de la descentralización nacieron secos, pues la autoridad, el mando que le desmembraron al centralismo en la letra de la Constitución, en lugar de fortalecerse se transformó en una fuerza unipersonal de poder distanciada, de hecho y al vaivén de las componendas entre alcaldes y concejales, del régimen institucional de los distritos y los municipios. Los propios mandatarios locales estrangularon el contenido democrático de la descentralización.
De ahí que la ciudadanía, cuando le informan que el último recaudo del predial batió un nuevo récord, extrañe que no le devuelvan en inversiones el milagro tributario y, por el contrario, la amenacen enseguida con una reforma que ajuste los impuestos de catastro e industria y comercio.
Sólo el día en que los dirigentes cartageneros entiendan lo que nos ocurre y por qué nos ocurre –cercano esté–, podrían interesarse más en lo deben hacer que en lo que puedan obtener.
*Columnista
carvibus@yahoo.es
Comentarios ()