Columna


Malecón

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

26 de julio de 2015 12:00 AM

Cuando Henry Kissinger y Zhou Enlai estaban dispuestos a negociar un giro sensible en las relaciones Estados Unidos-China en 1971, resolvieron, cada uno por su lado, no meterse con las convicciones del otro. Haberse metido con ellas no contribuía en nada a lo que se proponían, y callar el antojo facilitaba el diálogo convenido en contactos diplomáticos previos a la cumbre y precipitaba el hito histórico que enaltecería a gringos y chinos.

Pactar los objetivos que se propusieron Obama y Raúl Castro para girar hacia unas nuevas relaciones entre Estados Unidos y la isla, fue otro gesto de visión histórica y realismo político que podría encarrilar el cambio que quieren y buscan sin meterse tampoco con las convicciones de la contraparte. Obama y Castro son, por consiguiente, los artífices de otro capítulo de alta política exterior que honra -algo que veíamos pordebajeado- el liderazgo continental.

En la década de los ochenta, Deng Xiaoping consiguió, palpando las piedras mientras surcaba el río, que el Congreso del Partido Comunista Chino le aprobara su plan de reforma y apertura. El rehabilitado líder vio con claridad que se requería racionalizar un vínculo entre la ortodoxia maoísta y las fuerzas del mercado, con Fondo Monetario y Banco Mundial a bordo, y juntó propiedad privada e inversión extranjera con socialismo real para variar, con laureles bien ganados, un esquema que parecía invulnerable.

Por los aires reformistas de Raúl Castro en los últimos cuatro años, no es improbable que Cuba le dé un adiós definitivo a la estructura de la propiedad colectiva. Son presiones del desarrollo posmoderno sobre ideas descaecidas que pugnan con la libertad de hombres y sociedades abiertos a las rupturas, y la propiedad colectiva viene haciéndose agua desde que Edward Kardelj planteó, bajo la batuta del mariscal Tito, su teoría del socialismo auto geoestacionario.

Independientemente de cábalas y presunciones, la geopolítica de las Américas será otra a partir de este año de gracia de 2015, y el destino de Cuba dependerá de cómo lean la brújula política los sucesores del agotado periplo de los Castro (ya Raúl anunció su retiro para 2018). No en vano han avanzado otras revoluciones como la científica y la tecnológica, ni otro derrotero económico más libre y menos regulado, centrado en metas de mayor productividad y, por ende, en un movimiento comercial más intenso.

Dos jefes de Estado de dos generaciones distintas han decidido probarle a la humanidad que no sólo son testigos de las maravillas y desastres del mundo, sino actores de otro mundo donde vivir no sea una tragedia, salvo que el sectarismo mezquino de un Congreso inferior a su misión institucional obstruya este intento bilateral de armonía interamericana.

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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