El maltrato intencional a los niños es tan antiguo y perverso como la humanidad, pero ahora es vergonzoso. Desde siempre hay evidencias brutales del maltrato a infantes. La Biblia relata “La matanza de los inocentes”, por Herodes, nervioso por la profecía que anunciaba a Jesús, Rey de los Judíos, que lo destronaría. Los egipcios ahogaban en las aguas a centenares de niñas como ofrenda al río Nilo, suplicándole fertilidad para sus tierras. Romanos y griegos, amantes del cuerpo humano, abandonaban como alimento de las fieras a los niños nacidos malformados. En el siglo XVIII, la Revolución Industrial valoró al niño como mano de obra barata y silenciosa.
Solo a partir de 1946 la humanidad tomó en serio el Maltrato Infantil. John Caffey, radiólogo, publicó sus hallazgos de fracturas múltiples y hematomas craneanos en niños cuyos padres no justificaron el origen de tan graves lesiones. Luego la ciencia médica agregó el concepto de intencionalidad del maltrato, ocasionado casi siempre por el adulto a cargo del niño. En el 80 % de los casos, es el padre, el padrastro, un familiar o un amigo cercano, quienes maltratan y violan a los niños que deberían amar y proteger.
En casi todo el mundo se protestó por esa extraña tendencia de los adultos de maltratar al niño, haciéndese muchos pero inútiles esfuerzos. Hoy se define el maltrato infantil como “Cualquier acto por acción u omisión llevado a cabo por individuos, por instituciones o por la sociedad en su conjunto y por todos los Estados, derivados de estos actos o de su ausencia, que priven a los niños y niñas de su libertad o de sus derechos correspondientes y/o que dificulten su óptimo desarrollo.” Como quien dice: ¡no se salva nadie!, incluyendo a los gobernantes que invierten en cemento, pólvora y glamour, pero jamás en las crías indefensas. Millones de niños hambrientos sobreviven, víctimas del trabajo forzado, la prostitución, graduados para la guerra y la extorsión por grupos armados, lejos de una buena educación, con poco acceso a la salud, rechazados por sus propias familias, sembrados en los semáforos o en los andenes o iniciados en la droga y en la delincuencia.
Se cree que 36% de los hogares colombianos golpean física y emocionalmente a los niños; somos campeones mundiales del maltrato infantil. Este pavoroso indicador es solo la punta del iceberg. Hasta nos enfurecemos si tropezamos con un niño durmiendo entre basuras, olvidando que al sembrar desprecio y violencia, se cosechan lágrimas y tempestades. ¿Por qué sorprendernos con las escalofriantes estadísticas de crímenes que nos agobian? Vivimos en ciudades sitiadas por la miseria, donde los niños jamás son prioridad y solo los notamos ya mayorcitos, cuando con aliases usan puñales o alquilan changones y se vuelven contra la sociedad inequitativa e insensible, con leyes que nadie cumple y dándose sonoros golpes de pecho.
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