Columna


Mamá

ALCIDES ARRIETA MEZA

06 de mayo de 2016 07:51 AM

Mamá, es la palabra más dulce que expresamos diariamente al ser más bello y generoso que ha existido y existe sobre la faz de la tierra. Nuestras madres, son y ha sido la expresión más pura del amor, representación de ternura infinita, descomunal esencia del cariño, razones suficientes para venerarlas eternamente.

La celebración del día de la madre, no obstante su uso mercantil, viene de la cultura africana, que venera a Yemaya, reina de los mares, igualmente data de la antigua Grecia, allá se le rendían honores a la que ellos consideraban la madre de los dioses, Zeus, Poseidón y Hades, en el catolicismo se honra a la virgen María, considerada la madre de Dios. Finalmente fue adoptada la fecha, por el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson en el año 1914.

Sea esta una oportunidad más, para rendir tributo a todas las madres del mundo y desde luego, a mi propia madre, Andrea Meza García, porque ella, no obstante estar con el dueño de la casa del cielo, sigue siendo mi protectora y guía.

La enseñanza recibida de mi madre, los valores inculcados, no fueron producto de las ciencias psicológicas, sino de la experiencia, heredada de la poderosa sabiduría ancestral africana, que fluía torrencial por sus venas, sus genes destilaban sapiencia, rectitud y equilibrio.

Ella, mi madre Bella, nacida en Pasacaballos, soportó las consecuencias de la esclavización de nuestras familias, libertad que fue declarada en 1851, que hoy prosigue, en una ciudad, históricamente excluyente y racista, pero no obstante ello, junto con mi padre, a pulso, con sudor, dieron todo de sí, para sembrar en su hijos, dignidad, fortaleza, y empuje.

Fue mi madre bella y buena, ejemplo de integridad y de bondad, nos dio todo, en el interior de sus entrañas, nos nutrió con sus vísceras, nos alimentó con su sangre, nos purificó con su oxígeno. En el exterior, tuvimos en todo tiempo sus cuidados, sus miradas eran órdenes, sus consejos, fueron clarividentes premoniciones. En la vida espiritual, nos sigue acompañando, así es el amor de las madres.

Por ello, las mujeres son las dueñas de la vida, autoridades superiores de la existencia. La muerte de sus hijos, son una pena capital para ellas, tormento y aflicción perpetua. Las injusticias de la exclusión social, son su angustioso suplicio, que viven en silencio.

Por tanto, para homenajear integralmente a las madres de Cartagena y de Colombia, además de los merecidos honores, por su nobleza y respetabilidad, sugerimos que los palacios de gobierno, se comprometan a construir justicia social, para que cese la inequidad, y la exclusión, como causas generadoras de violencia.

A propósito de ello, y en honra a las madres de Cartagena, me permito transcribir excelentes apartes de la columna de Vivian Giaimo de Cozzarelli, titulada: “Soy la madre de un futuro pandillero”, escrita el 9 de Febrero de 2012. La columnista narró así, el dolor y desesperación de una madre:

“Desposeída de ese pudor instintivo que nos impide llamar a las cosas por su nombre, sin futuro, sin esperanza, sin más arma que el sonido de su voz, emprendió sus pasos levantándose de la silla en la que había aguardado su momento, hasta el lugar donde estaba el micrófono para que las mujeres asistentes se expresaran.

El movimiento del salón cesó: Tacones, perfumes, aretes y pulseras, suspendieron su éxodo para dar paso a una mujer delgada y temblorosa que pretendía mostrar su verdad en un escenario apto, según ella, para llamar la atención y pedir soluciones concretas e inmediatas. Y allí, en el último segundo, ya frente al micrófono, intervino la madre más sola que jamás se haya visto:

Buenas tardes…Soy María…Soy la madre de un futuro pandillero…

Hubo silencio en la estancia. Hervían sudores y las lágrimas, los corazones de todas amaron y murieron un poco. Bastaba verla y escucharla para sentirla en su certeza macabra: estaba segura de que nada evitaría que su hijo de 10 años se uniera a las pandillas en un futuro nada lejano, tal como le ha sucedido a tantos otros…”.

Así, lloran y padecen muchas madres, en Cartagena y en Colombia. Ellas claman justicia social y urgen soluciones, pero sus silencios -y sus voces- hasta ahora no han sido escuchados por los que se han hecho dueños del Estado. ¿Hasta cuándo?

*Profesor

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