Columna


Márquez el genocida

FRANCISCO SANTOS CALDERÓN

20 de abril de 2013 12:00 AM

FRANCISCO SANTOS CALDERÓN

20 de abril de 2013 12:00 AM

Estamos acostumbrados a oír en escenarios nacionales e internacionales la queja, hasta de las Farc, del genocidio de la Unión Patriótica. Pero nadie habla del genocidio de los esperanzados. Ahora que estamos hablando de paz, de verdad, de justicia, de víctimas y de reparación, vale la pena recordar este triste episodio de nuestra historia que quiere ser enterrado pues uno de sus protagonistas es Iván Márquez, negociador de las Farc.
Urabá 1991. El grupo guerrillero EPL se desmoviliza, le apuesta a la paz y crea su grupo de acción política cuyo fuerte esta en esa región de Antioquia. Con gran ascendiente en el sindicato bananero decide armar tolda aparte de la combinación de las formas de lucha de las Farc y enfrentar el poder político de la UP, que tenía entonces tres de los cuatro alcaldes del eje bananero.
Comienza la masacre. Las Farc para evitar el fin de su hegemonía construida a punta de plomo y política decide, ante lo que considera la traición de sus antiguos compañeros de armas, asesinar de manera sistemática —uno de los elementos del genocidio– a los dirigentes políticos y los líderes sindicales y comunales de los llamados esperanzados pues el Ejército Popular de Liberación se había convertido en Esperanza, Paz y libertad.
Luego de una de las tomas de Currulao a finales de 1992 las Farc les dieron 15 días a los esperanzados para salir de la zona bananera. Obvio, estos no lo hicieron. Ahí comenzó el genocidio. Finca La Mora, 5 trabajadores asesinados. Finca La Popola, dos masacres con 7 muertos. Masacre tras masacre llegaron a 800 muertos.
La estrategia de terror no se quedó ahí. Con los asesinatos selectivos la Farc trataron de descabezar los cuadros políticos. Así, en enero del 93 asesinan al presidente del sindicato, Alirio Guevara. Uno de tantos dirigentes sindicales que caía en esa lucha desarmada contra el estalinismo armado y político de las Farc.
La persecución era implacable. Y en enero de 1994, después de un acto político en el barrio obrero de Apartadó con dos de los líderes más representativos de los esperanzados, Darío Fajardo y Aníbal Palacio, ocurre la masacre de La Chinita con 35 muertos.
Los esperanzados no podía vivir en sus casas y hasta a los hoteles los fueron a buscar. En febrero de 1997 pusieron un carrobomba en el hotel Pescador donde vivían muchos de los líderes de este grupo ya diezmado.
Esta historia, que hay que reivindicar, hace parte de la violencia de las Farc que el gobierno y el Fiscal quieren enterrar. Es claro que a este grupo guerrillero no le interesa la verdad o las víctimas. Está en su ADN como organización. Lo inaceptable es que Iván Márquez, comandante de ese bloque enviado a la zona para recuperar el Urabá, no pague por su responsabilidad en un claro genocidio. Duele más aún que el presidente Santos y el fiscal Montealegre sean sus cómplices.

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