El triunfo del No en el plebiscito del domingo pasado es una incomprensible derrota nacional, que obliga a postergar los sueños de paz y reconciliación, que muchos colombianos considerábamos casi alcanzados.
A diferencia de otras derrotas políticas, ésta tiene una connotación especial; da tristeza, pesadumbre e impotencia, porque se esfuma una esperanza surgida de entre los escombros lacerantes de la guerra.
Quienes votaron por el No, lo hicieron en muchos casos por convicción, en otros por dolor, por rechazo, por odio, y no pocos por manipulación, desinformación, o por dogmas políticos enmascarados en fe religiosa, pero triunfaron. Algunos celebran, no saben por qué, pero celebran. “El que gana es el que goza”, dicen eufóricos. ¿Muerte, donde está tu victoria?
El proceso de validación de los acuerdos de La Habana fue permeado desde las orillas del Sí y del No, por las mezquindades de la politiquería; se tergiversó a los extremos, hasta que muchos terminaron votando no en contra de los acuerdos, sino contra el presidente Santos; contra el matrimonio igualitario; contra el “anticristo”, y desde el Sí se rechazó también la arrogancia uribista, y la prepotencia del ex procurador Ordóñez. Pero ya eso no cuenta. Teniendo como aliado al huracán Matthew, ganó el No, y todos quedamos en un mar de confusiones al que nos toca sobrevivir usando la misma balsa. ¿Cual será?
Los líderes del No aseguran que también quieren la paz, y ahora tienen la responsabilidad de demostrarlo. Los mas de 6 millones de votantes por el Sí no pueden entrar en retirada o arriar sus banderas, lo que supone la necesidad de acabar la polarización y concertar salidas reales, mas allá de los discursos incendiarios de parte y parte.
Fue mala señal que el Centro Democrático desatendiera el primer llamado a un acuerdo político nacional, para buscar salidas concertadas; y que seguidamente el líder negociador del gobierno, Humberto de la Calle, renunciara. Efectos de la embriaguez triunfalista y de la resaca por la derrota, que generan temores colectivos. Fortalecido en su victoria, es comprensible que el CD busque capitalizarla, de cara a las próximas elecciones presidenciales. ¿Cuál será el real interés predominante?
Perdimos mucho con el plebiscito: mas de 30 años de búsqueda de mecanismos institucionales para alcanzar la paz; casi 4 años de diálogos directos gobierno-FARC; perdimos la confianza del mundo en este proceso, y perdimos la oportunidad histórica de alcanzar una inmediata paz negociada. Dice el adagio popular que “mas se perdió en la guerra”, pero la mayor derrota para la nación, sería continuar en ella. Ojalá aún queden resquicios de sensatez, que impidan que los desmedidos apetitos de poder político, nos devuelvan al triunfo de los fusiles.
*Asesor en comunicaciones
germandaniloh@gmail.com
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