Claro que la cruz de Cristo tenía que verse como necedad por los griegos y como un escándalo para los judíos de entonces, quienes no reconocieron a aquel que quiso y permitió que lo ejecutaran de forma tan ignominiosa. En los imperios romano y griego fueron crucificados miles de criminales y cautivos (culpables o no) hasta cuando Constantino eliminó ese método en honor de los cristianos. Entre tanto, tal vez no podía haber una muerte más indigna que la de Jesús pues de ordinario era precedida de cruentos castigos: la flagelación, cargar el madero transversal al lugar del suplicio, o la carencia del derecho a la sepultura.
Sólo cuando se medita sobre las razones de tal sacrificio, se deja de pensar que aquello fue una locura y se percibe la entidad del amor con el que Dios reconcilió a la humanidad con Él mismo.
Alguien dijo que la cruz es una cátedra desde la que se nos predica siempre la gran lección del cristianismo, y es a su vez resumen de toda la teología sobre Dios y sobre el misterio de la salvación por medio de Cristo; así, la cruz ya no es infamante sino símbolo de esperanza para los fieles y de victoria para los perseguidos. Por eso, aunque emocionan, no sorprenden las recientes imágenes del Domingo de Ramos donde sobrevivientes cristianos de atentados de ISIS en dos iglesias coptas de Egipto, elevan espontáneos e inermes una cruz a esos cielos de mayorías musulmanas, y no otro estandarte.
Por fortuna, aquí no pasamos por tales pruebas; nuestra cruz es menos martirizante. Las cruces de cada quién se refieren a llevar con garbo, paciencia y ánimo las mortificaciones que llegan sin esperarlas, las enfermedades, perder a las personas que amamos, los descalabros económicos, el deshonor, las incomprensiones, y hasta el cansancio y el desasosiego de las rutinas diarias.
Y en lo social, por entender el sacrificio que celebramos en esta Semana Mayor. No tenemos que caer en el juego de quienes nos concitan a profundizar las divisiones entre hermanos de una misma nación y de quienes hacen su mayor arrojo para atizarlas. Nos corresponde hacer nuestro mejor esfuerzo para acercarnos, para comprendernos y para cooperar en construir mejores tiempos; porque sabemos que si la cruz se convirtió en el trono de Cristo, esos esfuerzos multiplicados entre los que más podamos, traducirán nuestras realidades en el sentido de donación, comprensión y compasión, recibidos de Él como ejemplo.
A mis amables lectores, que estos cuatro días sean de descanso en unión familiar, pero también de meditación.
*Abogado
npareja@np-asociados.com
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