Columna


Mesías y chascos

CARMELO DUEÑAS CASTELL

21 de marzo de 2018 12:00 AM

Hace unos 200 años, Norteamérica despertaba con el alba de la independencia. Durante ese comienzo el péndulo oscilaba de un extremo a otro, del libertinaje y el relajamiento de costumbres de un lado, al acérrimo puritanismo en el otro. Muchos descontentos cuestionaban el abandono de la fe tras la guerra con Inglaterra. Esto coincidió con el enfrentamiento del papado con la Revolución francesa y el posterior arresto del papa Pío VI por Napoleón.

Tal escenario fue el caldo de cultivo para un despertar religioso, furibundo y ciego. Muchos revisaron los textos bíblicos, algunos los analizaron buscando una señal. William Miller, granjero de profesión y Bautista de confesión fue uno de esos. En el libro de Daniel creyó encontrar la nueva venida del Mesías y el final de los tiempos. Él interpretó la profecía de los 2.300 días y concluyó que el Mesías vendría 2.300 años después, contados a partir del regreso de los judíos a Jerusalén desde su cautiverio en Babilonia (457 ac), es decir, en 1843. Luego fue más específico y afirmó que esto sería entre el 21 de marzo de 1843 y el 21 de marzo de 1844.

Como al Mesías no se le dio la regalada gana de venir, y ante la creciente sospecha de los seguidores, Miller volvió a la fuente de sus elaborados cálculos, los refinó y llegó a la sabia conclusión que el Mesías vendría el 21 de marzo del 1844, pero en el calendario judío, lo cual correspondía al 22 de octubre de 1844, coincidiendo con la festividad judía del Yom Kippur. Ni me quiero imaginar la cara de todos cuando el mundo no se acabó y el Mesías no llegó. La decepción fue total. En la historia, a ese momento se le conoce como el Gran Chasco. Sin embargo, unos pocos creyeron que ese 21 de marzo habría comenzado el “juicio investigador” para definir quiénes se salvarían y quiénes no. Solo al final de ese juicio se daría la segunda venida del Mesías. En fin…

Es muy complejo hacer un proyecto de país o sociedad y mucho más plantear soluciones realistas y posibles. Los procesos, los proyectos, los programas son largos y exigen compromiso. Es más fácil obligar a la humanidad a seguir un camino cuando se les anuncia el Apocalipsis. Es más sencillo seguir a un falso Mesías cuando el oponente es el demonio. Y en Colombia sí que lo padecemos: periódicamente, los populistas nos han manipulado pretendiendo convertirse en uno de los mártires del pasado, reencarnarse en uno de ellos, en Gaitán o en Galán, para llevarnos al paraíso perdido; por el otro lado, los fanáticos devotos han encontrado Mesías que les muestran demonios imposibles que traerán el juicio final y todas las calamidades, esos Mesías que nos liberaran de todos los males, que nos evitaran el juicio final, pero, llegados al poder, ellos han sido el demonio. Lo dijo Stephen Hawking: “el mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia, es la ilusión del conocimiento”.

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