Increíble nuestra alharaca cuando un periodista denunció la prostitución infantil hace unos años. Una afrenta. Muchos exigieron rectificar y amenazaron con demandar por calumnia. Hoy sigue siendo una dolorosa realidad.
Algo parecido ocurrió con el escándalo de los agentes de seguridad del presidente norteamericano. Nos desnudaron ante el mundo. Ahora nos pasa igual con las denuncias de un famoso periodista radial. Para muchos tenía razón pero algunos rechazaron como lo hizo y otros pocos no estuvieron de acuerdo con su visión de Cartagena.
Es sano que nos duela que hablen mal de Cartagena. Pero, tal vez duela más por ser verdad y por lo poco que hemos hecho para cambiarla.
En el principio, al descubrirse como un ser, el humano necesitó pertenecer a algo, una familia, un sitio, una tribu o una comunidad. El sentido de pertenencia, lo dice el diccionario, es la relación de una cosa con quien tiene derecho a ella. Así, se entiende que nos duela que se hable mal de nuestro terruño. Nadie ama a su ciudad por ser la mejor sino por ser la suya. Eso es una parte del sentido de pertenencia.
El resto, es una relación de reciprocidad, en la cual yo me siento orgulloso de mi ciudad y sigo las normas que la hacen más vivible, cumplo los deberes que garanticen su sostenibilidad y supervivencia. En contraprestación la ciudad debe darme seguridad y razones para sentirme orgulloso de ella. Cada acción positiva del individuo es un granito de arena para el crecimiento de la ciudad. Cada logro de la comunidad es un aliciente más para que el individuo haga las pequeñas cosas que la engrandecen.
Podemos señalar nuestros defectos para mejorarlos, lo que no podemos hacer es abdicar a nuestro terruño. Quien no sienta la pertenencia será siempre un paria y estará en el lugar equivocado.
No se puede negar que la ciudad mejoró. En gracia de discusión aceptemos que sí. Pero, estamos acostumbrados a la idealista concepción de los finales felices y de las soluciones mágicas. A que si día a día nos decimos mentiras, luego serán verdades. Entre tanto la realidad nos agrede en nuestra reducida visión de un glorioso ayer y de un dudoso hoy que nos impiden soñar con un mejor mañana. Nuestra desgracia no está en la incapacidad por lograr unas metas, sino en no tener claros los problemas para fijarnos las metas que son, las magnas realizaciones y los pequeños actos transformadores.
Ese algo a lo cual se ansía pertenecer es un cúmulo de intangibles como las creencias, cultura, tradición y afectos. Por ello estrategias como promover la cultura ciudadana van por buen camino al generar un sentido de pertenencia en doble vía que debe confluir en un proyecto de ciudad.
*Profesor Universidad de Cartagena
crdc2001@gmail.com
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