Columna


Mi querido tormento

DIANA P. NAVARRO G.

30 de julio de 2016 12:00 AM

En las últimas semanas (para no decir meses) he cuestionado el proceso de paz. La incertidumbre que me causa, casi palpable, me quita el sueño; me perturba. La verdad sea dicha, no confío ni creo que esté bien encaminado. Sueño con una Colombia en paz, pero soy consciente de que la “firma” de un documento con solo uno de los grupos armados que aterrorizan el país, no es igual a paz. Todavía queda mucho por hacer. La firma es solo el comienzo y por ende, creo que sería irresponsable votar sí.

A raíz de esa incertidumbre aterradora, me la paso pensando en los acuerdos, en lo que han firmado y en los diferentes escenarios que pueden surgir en un posacuerdo #1 (vendrán más). Una de las cosas que más preocupa es la reinserción.

Perdonar. Suena simple y fácil de hacer y como católica hasta lógico. Olvidar, por su parte, no lo es. No es fácil dejar a un lado todo el daño causado. ¿Quién nos garantiza que no lo van a volver a hacer?

Con esto en mi mente, me topé hace unos días con un libro sobre los procesos judiciales, escrito originalmente por un reconocido abogado y jurista italiano en el año 1964 llamado Francesco Carnelutti. Entre las páginas donde hablaba del proceso penal, encontré unas palabras que me hicieron pensar.

Explica Carnelutti que un enfermo que llega donde un doctor pretende ser curado. Y si la cura no funciona, pues intenta otra. A diferencia de esto, en los procesos penales, se supone que una vez se cumple la condena, la persona ha sido “rehabilitada”, sin que nadie se preocupe por confirmar si efectivamente se ha “curado” o qué ha de ser de su vida una vez se reincorpore al mundo. Aún peor, cuando han “curado” nadie sabe si en verdad lo han hecho. Y si alguien lo sabe, pues los demás no lo creen. “(…) La gente los considera enfermos todavía, temen su contagio, los rehuyen y rechazan; y así aquel retorno a la vida que ellos soñaron para cuando se les abrieran las puertas de la cárcel, se resuelve en una desilusión atroz, pues si ellos se han hecho con la expiación idóneos para ser reincorporados a la sociedad, esta se niega a admitirlos (…)”.

Y es allí donde creo que estamos. Donde no hay “condena”, y difícil es creer que esas personas “se han curado”. Y si nadie les cree, pues la reinserción fracasa y no tendrán más opción que regresar a la oscuridad.

Por lo tanto, creo que más que un “sí” el gobierno debe buscar cómo demostrarle al país que los acuerdos funcionarán. El verdadero proceso de paz comenzará con la firma. Pero es importante que para que la reinserción funcione y Colombia perdone, se propongan condenas que le retribuyan al país para así crear conciencia y cultivar el perdón; colonias penales agrícolas no suenan tan mal. El país necesita ver arrepentimiento y perdón. No más amenazas ni condiciones.

 

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