Uno de los problemas más complejos de la ciudad es la violencia juvenil, derivada entre otras, por la falta de oportunidades para el desarrollo social de los estudiantes de las escuelas públicas en los barrios marginales. La baja calidad de la educación, instalaciones deplorables y calientes, en donde lo nuevo es la foto del alcalde en la pared, y ambientes hostiles en los alrededores, son un caldo de cultivo para la vulnerabilidad de los jóvenes ante la violencia.
¿Qué haría un muchacho en riesgo al salir a vacaciones? Nada. Ver pasar el tiempo, saludar al parce o al vale en la esquina, exponerse a que le ofrezcan drogas, o salir a las playas a coger algún parásito que llega con los barcos y bacterias resistentes a antibióticos que aportan el emisario y el Dique. Y si se queda en el barrio, será blanco de la violencia.
¿Que tal si sacáramos a 100 jóvenes de esta situación? La idea sería ofrecerles un trabajo, aprender en un taller de verano. Todos los días, de lunes a viernes, irían a un auditorio y con los mejores profesores, recibirían conferencias de cultura ciudadana hasta astronomía, de historia de la ciudad, minería de internet, arte, matemáticas, ciencia, tecnología y principios de ingeniería, entre otros temas.
En la ciudad hay suficientes cerebros e intelectuales que, con seguridad, donarían una hora a este programa. Con los mismos señores que nos regalaron 7000 millones para las lagrimitas de oro que iluminaron La heroica en navidad, y que costó más de 2000 mil millones desmontar, conseguiríamos la insignificante suma de 150 millones que vale el programa, advirtiendo que no se puede perder un peso. Cada joven recibiría dos salarios mínimos durante el mes de vacaciones, unos 129 millones de pesos. Los otros 21 millones cubrirían refrigerios y transporte a empresas que quieran mostrar sus instalaciones y procesos a los muchachos. El pago sería en tres partes: al iniciar, a los quince días y al concluir el taller, minimizando la deserción.
Por malo que sea el programa, un 5% de los estudiantes se sentiría contento y por tanto, con baja probabilidad de caer en la violencia. Interesante. No imagino qué podríamos hacer si invertimos bien los recursos y no los despilfarramos en obras que se desploman aún sin entregar. Por ejemplo, si las estaciones de Transcaribe se hubiesen construido con las avenidas listas, el dinero para ponerlas a funcionar podría haber ayudado a miles de estos jóvenes.
La violencia, en sus múltiples formas, no nace de la nada. Gran parte la construyen los políticos que se apoderan de los recursos, y los ciudadanos que callamos y seguimos eligiéndolos. Si bajamos la corrupción y apoyamos la educación, la ciudad será distinta en todo.
*Profesor
@joliverov
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