Lo sucedido en Cartagena durante los últimos ocho meses hubiera sido un bocado de cardenal para Molière, el comediógrafo francés que logró una “pintura del natural” de su época (1622-1673) con un éxito que lo alzó de la tapicería de su papá a la Corte de Luis XIV, donde compartió honores con Jean-BaptisteLully (su tocayo), el hombre que le puso música a varias de sus comedias.
¿Qué tal una sátira de Molière sobre los otrosíes? Nada más ni nada menos que una prolongación o el segundo tomo de “El Avaro”. ¿U otra que ampliara el elenco de “Las mujeres sabias” con destacadas damas de nuestra comedia tropical, cuyas actuaciones las igualan a las memorables actrices de la compañía L’IllustreThéâtre? ¿A quién hubiera escogido, de nuestra fauna criolla, para complementar “El burgués gentilhombre” o “El misántropo”?
Fueron ocho meses de teatro farsesco que todavía nos obligan a preguntarnos por qué nos pasó lo que sigue pasándonos, sin que ninguna instancia (escojan la que quieran: la Presidencia de la República, los organismos de control, el Concejo distrital, la Fundación Santa Fe) atajara, con el toro por los cachos, la mala racha de una ciudad en perfecto estado de desamparo.
El enredo que hubo entre las fechas de la incapacidad médica y la suspensión del alcalde titular por una falla que le pescó la Contraloría General de la República, fue otro episodio digno de agregarle capítulos a “El Atolondrado”, una de las comedias tempranas de Molière. Nunca supimos si la falta fue temporal o absoluta, algo como para pensar si de pronto encajaba en otra sátira: “El médico a palos”.
A fin de cuentas, la falta resultó absoluta y perdimos seis meses y medio que, aprovechados, servían para evitar la interinidad, los vacíos de poder y la incertidumbre que desmoronaron a una ciudad donde las instituciones y los hechos nunca se encuentran, y en la que todo, desde la rutina administrativa hasta un pomposo plan de desarrollo, espera a que San Pedro Claver salve lo que la ineptitud postró.
Dijo uno de sus biógrafos que Molière se recreaba con el carácter mezquino de sus personajes, porque constituían el reflejo de la degeneración de las costumbres y la multiplicación de los vicios que oprimían los valores y la fe en la sociedad que radiografió con su estilete de oro. Ese mismo clima es el que no sabemos los cartageneros si podríamos cambiar con una elección atípica que pinta tan sombría como la estolidez de una clase política insaciable que elige sin detenerse ante nada.
La Cartagena de los claros varones, ¿qué se fizo?
La de los varones y mujeres de ahora no tiene el menor interés en que la claridad modifique el estilo, la atmósfera y los objetivos que agravaron la crisis. De la crisis salen los proventos que justifican, en la hipermodernidad,las peripecias del“servidor público”.
* Columnista
carvibus@yahoo.es
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