Hay nombres que vienen de la profundidad del tiempo y conservan el viejo poder de las palabras. O cambian su piel y mantienen un sentido semejante. Así ocurre con el fabuloso monstruo de los mares, Leviatán. Aparece en el libro de Job descrito por Yahveh: salen antorchas de sus fauces, chispas de fuego saltan. De sus narices sale humo, (…). O sea, representa al demonio.
A mediados del siglo XVII, Thomas Hobbes tituló su tratado con ese nombre y quedó para siempre bautizado el Estado. Así lo explica: “La naturaleza es el arte con el cual Dios ha hecho y gobierna al mundo. El arte del hombre lo imita y gracias a ello crea el Leviatán que llamamos república o Estado”.
Desde entonces el Estado, artificio de la convivencia, privilegio de la autoridad, semilla del totalitarismo, es resistido como monstruoso.
Con este nombre, el director ruso de cine, Andrei Zvyagintsev, hizo un bello y trágico filme. Comparte con otras buenas cintas de los hermanos Coen o de Hitchcock la forma de contar y cierto impulso renovador cuando parece haber llegado al END, aviso usado menos hoy.
Transcurre en el norte de Rusia, junto al mar. El personaje, Kolia, vive en una casa modesta al lado de su taller de mecánica, con su mujer reciente y joven, y un hijo anterior del hombre.
La tensión surge de la ambición caprichosa de la autoridad del pueblo por comprarle o quitarle la casa y la tierra. Siempre en el paisaje marino están las rocas y los restos de un animal grande vuelto huesos.
A pesar del goce de una buena película, algo me condujo a una cuestión perversa: el entusiasmo unánime de la crítica. Como si la película, con policías que sobornan, abuso de autoridad, menores que consumen alcohol, descontento con la vida, burocracia indolente, le ofreciera a los espectadores de occidente uno de esos miserables consuelos surgido de la conformidad de que si a mi casa se le cayó el techo y a la del vecino también, sufro menos. Y el hábito de la implacable crueldad humana de ensañarse con los vencidos cuyos retratos sirven para tiro al blanco.
El infierno social afecta a Kolia. La mujer va a la cama con el abogado que vino a defender la propiedad. Lo de siempre: la seguridad de días de cama vencen a la fugacidad alegre de un momento. Y el tormento de la culpa. El macho vengativo. El rechazo del hijo a la madrastra. La soledad.
Parece que la mujer se suicida. Kolia, quien aún ama, es condenado por homicidio.
¿Dónde está el Leviatán? Metido en nosotros corroe la vida, destruye todo y nos deja sin los ripios de la ilusión, su sombra.
*Escritor
reburgosc@gmail.com
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