Columna


Montes de María

PABLO ABITBOL

13 de octubre de 2017 12:00 AM

Hace unos años tuve la enorme fortuna de pasar una noche conversando, bajo un árbol de mango, con dos líderes campesinos de los Montes de María. Ese día mi vida cambió, porque esa maravillosa charla transformó mi visión del mundo y de mi papel en él.

Estas dos personas -a quienes hoy gratamente cuento entre mis amigos- me hicieron entender que desde nuestros territorios han terminado viendo a la academia como parte de un sistema económico extractivo; una industria que extrae recursos de las comunidades, los transforma y los usa para su propio beneficio, sin una adecuada interlocución, ni distribución, ni devolución. Solo que en este caso no estamos hablando de recursos biológicos o minerales, sino de información y conocimiento: historias, saberes ancestrales, tradiciones, memorias, sueños, geografías mentales.

Comprendí entonces que hay dos maneras en que los académicos podemos mejorar mucho nuestro trabajo y, especialmente, hacerlo más relevante.

En primer lugar, podemos hacer mejores esfuerzos por honrar con nuestros actos el verdadero espíritu de la academia. Una vez alguien me dijo: “es que tal persona es muy académico”, y cuando le pregunté qué quería decir con muy académico me respondió: “se la pasa recorriendo nuestras comunidades sacando información, pero después no nos muestra los resultados ni nos deja nada”. La incomprensión de la gente sobre el valor del trabajo académico se deriva de que nuestra obsesión por publicar no conduce automáticamente a que los resultados de nuestras investigaciones sean, verdaderamente, públicos.

En segundo lugar, podríamos pasar de pensar que nuestro papel es instaurar espacios de enseñanza, a pensar que nuestro papel es crear procesos de aprendizaje. Dejar de privilegiar el habla desde la experticia y abrirle mayor espacio a la escucha desde la empatía.

Hoy Montes de María no es, como se ha pretendido vender, una región en posconflicto. Las lógicas del dominio territorial extractivista subyacentes a los trágicos embates del conflicto armado continúan vigentes, y sus profundos impactos siguen vivos. Por eso, como tantos otros lugares de la geografía de nuestras violencias, es un territorio que reclama atenta escucha y una amplificación consciente de las voces que históricamente han sido acalladas por quienes ostentan el poder.

Desde todas las disciplinas académicas podemos comenzar a reparar estos silencios. Participemos activamente, en el territorio y con las comunidades, en este momento tan crucial de su historia: la implementación del Acuerdo de paz.

*Profesor investigador, coordinador del Grupo Regional de Memoria Histórica de la UTB

COLUMNA EMPRESARIAL
pabitbol@utb.edu.co

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