Columna


Nietzsche para Corrales

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

16 de agosto de 2017 12:00 AM

En uno de los primeros discursos del Zaratustra de Nietzsche, el filósofo alemán menciona que el espíritu humano experimenta tres transformaciones indispensables para poner a funcionar la máquina del pensamiento filosófico. Estas transformaciones comienzan con un camello, luego con un león y terminan con la metáfora del niño.

El camello es el símbolo de la admiración y el trabajo, de la normatividad y el estudio. Como aquel animal, el pensamiento humano soporta la pesada carga del conocimiento, hasta que decide que quiere romper con todos los imperativos que la sociedad y la cultura académica le imponen: es entonces cuando se convierte en un león. Siendo leones, las personas somos capaces de deshacer y triturar todo lo que aprendimos como camellos, así es posible romper con los límites de la costumbre y llevar a cabo nuevos proyectos creativos. Para ello el león, que sólo sabe destruir, se debe transformar en un niño, alegoría perfecta del olvido y la imaginación creadora.

Por cómo están planteadas, las transformaciones del espíritu en Nietzsche integran una teoría del pensamiento; sin embargo, quisiera profanar esta idea y extrapolarla a la actualidad política cartagenera para hacer del camello, el león y el niño piezas específicas de una teoría del sufrimiento y la reconstrucción ciudadana. En Cartagena aguantamos como camellos (o como burros, si se desea) la mal llamada cultura de la corrupción: sin protestar mucho, la aceptamos como un fenómeno rutinario de nuestras instituciones gubernamentales. Debido a eso, ya ni siquiera nos sorprende que concejales, alcaldes y casas políticas se repartan cada 4 años los cargos y contratos públicos. No nos engañemos, el presunto tráfico de influencias entre el Concejo Distrital y el alcalde Manolo Duque no es algo nuevo, esa conducta delictiva viene ocurriendo en Cartagena desde administraciones remotas y ha contado con nuestro silencio cómplice.

Tumbar ese podrido sistema es fácil: basta con no vender el voto por dinero o por el ofrecimiento de una OPS, con no alcahuetear el fraude y el robo sólo porque quien los comete es un familiar o un amigo de un amigo. En la dignidad política hay que ser moralmente implacables, así se trate de nuestros propios hijos. En estos momentos Cartagena es una ciudad fallida que más que una salvación necesita una reconstrucción. Hemos vivido durante mucho tiempo el sufrimiento. Es hora de que todos los ciudadanos que critican las sinvergüenzuras y los abusos del poder en la ciudad pasemos de ser leones a ser niños: después de censurar a estos políticos ladrones nos queda la tarea de proponer alternativas de gobierno llenas de imaginación y cordura.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena

@orlandojoseoa

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