Columna


No es la justicia

CRISTO GARCÍA TAPIA

24 de agosto de 2017 12:00 AM

Son los jueces. Algunos jueces. Son los fiscales. Algunos fiscales. Son los magistrados. Algunos magistrados. Son los ministros de Justicia. Algunos ministros de Justicia.

No es la justicia la que se corrompe. Son algunos de los operadores de la justicia, los corrompidos; los que han confundido los instrumentos de la justicia y el derecho, los tangibles y los intangibles, con los suyos de producción, para emprender y generar empresas criminales cuyo fin es el lucro de la Justicia en detrimento catastrófico de la moral pública.

Y en ese contexto, juzgados, fiscalías, tribunales, cortes, el ministerio del ramo, algunos por supuesto, han acabado convertidos en dispensadores de franquicias que se subastan al mejor postor en el mercado de la Justicia y el Derecho, agenciado en las instancias correspondientes por los nuevos fenicios de la política y el poder en Colombia.

Pero no es la justicia la que se ha corrompido. Ni es ella la que se ha convertido en franquiciadora de absoluciones criminosas, fallos torcidos, etc.

No, porque ella sigue incólume en su majestad, soportando las embestidas sin freno de la taifa de belitres entre la que ha sido fraccionada conforme los poderes electorales, clanes familiares y políticos y grupos económicos, lo determinan e imponen en su provecho e intereses.

Son sus agentes, sus operadores en todas las instancias, niveles y jurisdicciones territoriales, algunos por supuesto, los que confundieron su majestad y fortaleza con la cueva de Alí, el leñador árabe, para alzarse con los frutos envenenados, podridos, corrompidos, de la Justicia y el Derecho.

No es la justicia, son “manzanas podridas”, diríase ahora como en su momento se dijo de aquellos militares de diferente graduación que enlodaron otra majestad, la de las Fuerzas Armadas de Colombia en sus diferentes ramas, con crímenes de lesa humanidad, falsos positivos, desapariciones forzadas, torturas, violación de derechos humanos, secuestros de empresarios, desfalcos y otras conductas delictivas, hoy aún en trance de ser calificadas y sancionadas no obstante su probada y comprobada gravedad.

Y todo, porque los operadores de la Justicia a quien correspondió esa tarea, algunos por supuesto, resultaron ser proclives a las mismas mediante procedimientos torcidos de los cuales viene a saberse ahora por el tamaño de las manzanas que desde lo más alto del majestuoso árbol caen podridas.

Ya lo dijimos en otra columna y lo reiteramos en esta: la corrupción conviene, fortalece y reproduce el sistema y por tal, el poder que lo modela, detenta y controla no tiene mayor interés, si es que tiene alguno, en combatirla y acabarla. Ni siquiera, en “reducirla a sus justas proporciones”.
 


 

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