Columna


No es mi presidente

MAURICIO CABRERA GALVIS

13 de noviembre de 2016 12:00 AM

Por primera vez en Estados Unidos hubo manifestación popular contra la elección de un presidente y miles se tomaron las calles en 25 ciudades para protestar contra Trump gritando “No es mi presidente”.

No es desconocen los resultados de las elecciones, ni dicen que hubo fraude –como dijo Trump que iba a hacerlo si perdía- sino que no se sienten representados por el magnate electo y piensan que una persona tramposa, machista y racista no es digna de ser presidente.

Además, saben que la mayoría del pueblo apoyó a Hillary, quien obtuvo 500.000 votos más que Trump, pero por las complejas reglas del sistema electoral gringo importan más los estados donde gane un candidato y así por segunda vez en este siglo el ganador del voto popular pierde las elecciones. Así mismo Bush hijo le ganó a Al Gore a pesar de que este último tuvo más votos, con las nefastas consecuencias que aún sufrimos.

Pero las reglas de la democracia son claras y hay que aceptarlas aun en la derrota. Hillary reconoció que Trump será el nuevo presidente y llamó a sus seguidores a apoyarlo. También Obama aceptó que fue elegido para dirigir el país y le ofreció colaborarle: le dijo, “si usted tiene éxito, todo el país tendrá éxito”.

Lo que queda de este proceso electoral, y que se ve en las calles, redes sociales y medios de comunicación, es un país muy dividido. Se profundiza la tradicional divergencia entre los estados del centro y sur de Estados Unidos –que desde hace años vota republicano- y los de las dos costas, que prefieren a los demócratas. Y en California crece un movimiento separacionista que quiere conformar su propio país.

La división ya no es solo entre estados liberales y conservadores, sino entre las ciudades, el campo y los suburbios. Trump perdió en todas las ciudades de más de un millón de habitantes, y en los estados donde ganó, y obtuvo la mayoría de sus votos en los pueblos y las áreas rurales.
Las diferencias geográficas reflejan una división más profunda entre razas, religiones y clases sociales porque en los pueblos y áreas rurales predominan los trabajadores blancos, sin educación universitaria y de las muchas iglesias protestantes, mientras que en las ciudades hay  más diversidad racial y cultural, y más gente con mayor educación.

Además, ese grupo de trabajadores blancos es el que más sufre por las políticas conservadoras y pro ricos de los republicanos y de la pésima distribución de los efectos de la globalización. El gran éxito de Trump fue convencerlos de que un millonario como él, apoyado por los republicanos que los empobrecieron, solucionaría sus problemas.

Habrá que esperar a ver si en su gobierno traiciona a sus electores o al partido republicano, que a regañadientes lo nominó como candidato. No puede satisfacer a ambos y será el presidente de unos pocos.

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MAURICIO CABRERA GALVIS

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