Columna


No a la arrogancia

RICARDO TROTTI

31 de octubre de 2015 12:00 AM

El mensaje de las elecciones en Argentina es claro. Más allá de quien gane el 22 de noviembre, el domingo pasado perdió el kirchnerismo y su arrogancia.

La evidencia no está en la elección que ganó/perdió Daniel Scioli frente a Mauricio Macri, ambos lejos de la presidenta, sino en la derrota al ultra kirchnerista Aníbal Fernández en Buenos Aires. No perdió contra la liberal María Eugenia Vidal, sino por el hartazgo de la gente con la confrontación ideológica y los que anteponen beneficios propios sobre los colectivos.

Perdió porque como Cristina Kirchner –quien cree que el balotaje será un referéndum sobre su “modelo”- es esa especie de político arrogante que con sarcasmo e ironía esconden vicios y corrupción, estigmatizan y persiguen a opositores, jueces y fiscalizadores. Perdió por ser de una clase política retrógrada que ensucia con burlas, mentiras y conspiraciones. Como las del ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno; las manipulaciones estadísticas de una Argentina ficticia con menos pobres que Alemania; o la artificiosidad del canciller Héctor Timerman para denunciar un complot encabezado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por sesionar sobre la falta de independencia judicial en el país.

Perdió porque la gente se cansó de los políticos que se creen dueños del Estado; ineficientes excepto para sus bolsillos; no generan empleos, pero sí subvenciones para sus mayorías y militancia; y que abusan de cadenas nacionales con propaganda durante la veda electoral.

La gente está harta de prepotentes de Argentina, Guatemala o Brasil, donde las marchas anticorrupción y los cacerolazos son revoluciones por la dignidad y el respeto. La gente no reclama más pan, sino menos circo.

La derrota de Aníbal y Cristina es una advertencia para los políticos arrogantes de todas las latitudes. Es probable que el 22 de noviembre se defina si en la región el péndulo oscilará hacia la derecha, tras dos décadas de izquierda y populismo, por los abusos del neoliberalismo. Más allá de las ideologías, se impone oscilar de la corrupción a la honestidad.

Sin saber adónde irán los votos de Sergio Massa, gane Scioli o Macri, el kirchnerismo es el gran derrotado, pero sin pecar de ingenuos. En política un mes es eterno y el kirchnerismo se aferrará de donde pueda, no querrá perder poder ni quedar a merced de la justicia y las represalias políticas tras años de polarizar y enemistar.

El kirchnerismo no desaparecerá enseguida. Tiene grandes cuotas de poder en el Congreso y se enquistó en entidades paraestatales como La Cámpora, que de espaldas a las urnas, compró futuro y puestos para seguir ideologizando, con una ley para administrar el deporte en la nación.

Su actitud desafiante y el nepotismo kirchnerista con el Estado como botín es un resabio de una práctica de 12 años. Antes de que Cristina parta el 10 de diciembre, habrá más leyes acomodaticias y más jueces partidarios para escudar su futuro; más estigmatizaciones, persecuciones y muchos más “yos”. Todo eso es el ADN kirchnerista. Nada ni nadie lo puede cambiar.

Aunque el kirchnerismo no oiga e insista en defender su modelo, el resultado adverso del domingo reclama, al menos al peronismo, desideologizar la política y la economía. Reclama un país en serio, líderes valientes para desmontar la corrupción estructural, la degeneración más perversa de la arrogancia política.

trottiart@gmail.com
 

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