Columna


No soy Charlie ni el papa

CARMELO DUEÑAS CASTELL

21 de enero de 2015 12:00 AM

No hay argumento o atenuante para que una ofensa, verbal o escrita, tácita o explícita, genere una reacción violenta que conduzca a una lesión física, riesgo vital ni mucho menos a la muerte del ofensor. Así, no puedo estar de acuerdo con la hipótesis papal de que una corrida de madre puede justificar responder con un puñetazo.

Mi recto padre trato de enseñarme que la libertad de un individuo debería terminar donde comenzaba la del otro. Parecía tan simple y sencillo como verídico. Pero en la vida diaria no es tan fácil de entenderlo y mucho menos aplicarlo cuando la libertad del otro implica restricciones a los deseos o necesidades de uno. Pero el asunto es mucho más complicado en comunidades o sociedades entre las cuales siempre habrá una dominante por su poder, riqueza o por ser mayoría. Y es mucho más complejo en tanto que las fronteras se han vuelto cada vez más difusas y etéreas por la tecnología y el internet.

El primer ministro de Australia planteó hace años que su país es cristiano, habla inglés, cree en Dios y tolera la diversidad. Con esa introducción concluyó, paradójicamente, que todo aquel extranjero es bienvenido si respeta esas realidades y si no, tiene todo el derecho de irse. Al primer ministro habría que recordarle que los primitivos australianos, los aborígenes, no hablaban inglés, no eran cristianos y no creían en Dios. Sin embargo, fueron desplazados, esclavizados y asesinados por los ingleses.

Algo parecido ocurrió con los árabes. A comienzos del siglo XX, ingleses, franceses y luego norteamericanos, dividieron a su antojo las fronteras de África y Oriente Medio en beneficio propio. A su acomodo crearon naciones inexistentes, regalaron otras a monarquías títeres, separaron pueblos y unieron a enemigos ancestrales bajo una misma nación. Como ejemplo, la ambición de unir los pozos petroleros de Kirkuk y Mosul bajo una misma bandera llevó a embutir en un mismo país a tres pueblos diferentes: kurdos, suníes y chiítas. La mayoría de las tragedias, guerras y actos terroristas se derivan de tales decisiones.

Obviamente rechazo la canalla agresión terrorista contra la revista francesa. Sin embargo, el respeto y la libertad deberían ir de la mano, pero el respeto a las minorías y la libertad de expresión pueden ir en contravía. Muchos líderes mundiales que apoyaron la libertad de prensa para burlarse de una religión minoritaria restringen y aplastan la oposición en sus países argumentando defender las mayorías. No es fácil, como dije, amalgamar la libertad de expresión con el respeto a los demás. La no violencia y sus exitosos resultados en India y Suráfrica pueden guiarnos a establecer un equilibrio entre libertad y respeto, especialmente ante un proceso de paz que nos exigirá sacrificios y tolerancia.
*Profesor Universidad de Cartagena
crdc2001@gmail.com
 

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