Columna


Nuestra clase política

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

04 de octubre de 2015 12:00 AM

Son desafiantes los alardes de circulante que brincan en la campaña y, por los comentarios que suscitan, ahora las financiaciones son interdepartamentales. Que entraron a la arena Martínez Sinisterra y los Genecco Cerchar, y que continúan otros de reciente acceso que andan emulando por demostrar más agallas de inversionistas que generosidad de filántropos. El solo costo de los trasteos comprobados ya, gracias a los informes de la Registraduría, indica que Cartagena es tan atractiva para la inversión política como para la turística. Y no faltan quienes las combinen.

Todo se sabrá después de la celebración de los triunfos. Cuando los consentidos de la “voluntad popular” se posesionen y designen sus gabinetes, comprobaremos o desmentiremos –no hay que descartar lo positivo– si hubo o no billete del que no aparece en las contabilidades que van al Consejo Nacional Electoral. Pero tampoco ocurrirá nada ejemplar. Cada banquero informal –si los hubo– tendrá secretarios, gerentes y contratos, como si después del nuevo eructo de la democracia todo contara con la bendición de Dios.

Juro que deseo estar mal informado, pues la cifra que me contó un político en uso de buen retiro (siete mil millones de pesos), que costará una campaña en regla, es para pensar en un boleto sin retorno a los infiernos. ¿Cómo gobierna sin hipotecarse e hipotecar su integridad un gobernador o un alcalde cuya campaña se gastó semejante cuantía? No veo en la pizarra de aspirantes a nadie con un patrimonio de este monto, y si lo hubiera creo que probaría otra clase de suerte en Mónaco o en Las Vegas.

Para el elector nuestro, una bolsa de ese montón de ceros es mejor programa de gobierno que un paquete de proyectos encaminado a mejorar la calidad de la educación, la eficiencia en la salud, la inversión en cultura, recreación, deportes y medio ambiente, o que esperar a que Transcaribe, la Central de Abastos y la Avenida del Bicentenario, sean los trillizos del próximo parto de Pabla.

¡Qué hacemos! Si a eso enseñó al elector nuestra clase política, y de ese aprendizaje surgió la realidad apabullante que mata la esperanza de quienes siguieron creyendo que el poder es servicio y respeto por los bienes y rentas públicos. El invento nos hizo víctimas sin derecho a verdad, justicia y reparación, y lo peor es que nunca nos reconocerán como tales; ni oleremos, para curarnos de los daños sufridos, la justicia ordinaria, ni la transicional, ni la restaurativa. Volvemos a Maquiavelo: la corrupción hace imposible el buen gobierno.

No sé si he caído en una trampa saducea. Pero si no, abrigo la candorosa ilusión de que así como a Cartagena le fue mal con mi optimismo de hace dos años larguitos, le vaya bien con mi pesimismo del que corre.

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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