Columna


Nuestra paz de agache

CRISTO GARCÍA TAPIA

13 de julio de 2017 12:00 AM

Si la paz no convida, no “pica”, a los colombianos, ni al Estado, instituciones y Gobierno, los compromete en el cumplimiento, implementación, desarrollo y construcción del Acuerdo de Paz suscrito con las guerrillas de las FARC – EP, es que la guerra y el conflicto armado de más de medio siglo de nuestra historia contemporánea, no es ni ha sido un problema fundamental.

El eje repartidor sobre el cual ha girado el discurso político, económico y social, sus diferentes modelos y variantes, que por el mismo tiempo se ha mantenido para justificar el estado de insolvencia del Estado, sucesivos gobiernos e institucionalidad soporte en Colombia.

Si hoy la paz pasa de agache, quiere decir que la guerra, el conflicto armado, la confrontación con las guerrillas, objetivamente nunca tuvo la dimensión real que nos “notificaba” el sistema, ni el efecto devastador en el aparato productivo y en la economía que los gremios “proclamaban” para reclamarle al Estado profundizar la guerra y armar el más numeroso y mejor dotado de los ejércitos.
Eso, en lo militar, porque en lo ideológico y político, sí que fue exponencial la “realidad” del conflicto, al punto que poco faltó, según ese libreto, para que las FARC –EP “se tomaran el poder” y conformaran un “gobierno revolucionario”, cuya primera medida sería “nacionalizar los bancos”, “abolir la propiedad privada sobre la tierra”, e “instaurar el comunismo”.

Ni más ni menos, el brebaje ideológico más potente de cuantos hoy tienen perturbados y predispuestos a tantos colombianos, sin conocimiento de causas, a no aceptar el Acuerdo de Paz con unas guerrillas del todo desarmadas en lo militar e ideológico.

Y al aparato productivo nacional, postrado en las precariedades de un modelo que por más de cincuenta años, y al amparo de la guerra y la “toma del poder” inminente por la guerrilla, vivió sobreprotegido y apuntalado en subsidios y beneficios tributarios con cargo al erario; cebado y engordado en las dehesas de las exportaciones primarias, agrícolas y extractivas, y para nada interesado en la diversificación, la innovación tecnológica y la industrialización, que dieran en una economía modernizante, competitiva, transformadora y, en contraprestación, generadora de dividendos sociales para la población.

Cuanto deja entrever este paneo por las claraboyas de la guerra y la paz en Colombia, es que la primera tenía más de imaginación, de “aparato ideológico” para soportar, fortalecer y reproducir un modelo económico, político y social, unos intereses y una cultura de poder, que de confrontación armada entre un ejército regular y una guerrilla marxista con capacidad de vencer e instaurar su modelo político.

Razón, subjetiva desde luego, para explicar esa apatía peligrosa, ese dejo contagioso de los colombianos por la paz.

@CristoGarciaTap

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