El escenario vivido recientemente en la comisión segunda del Congreso nos dejó a todos el sabor de la hiel amarga de los odios y resentimientos. Pienso en María Cabrera, enfermera de El Salado, asesinada en el camino que de El Carmen conduce a su pueblo, cuando me dijo: “ No nos pida que olvidemos. Ayúdenos, como sacerdote, a recordar de un modo diferente… sin odio ni rencores.”
Hoy, las ciencias sociales, gracias a las escuelas de Psicoterapia es mucho lo que han logrado desarrollar sobre la fuerza curadora del perdón. Hoy nadie osaría desconocer la contribución del perdón al desarrollo de personalidades sanas como al mejoramiento de las patologías sociales. Muy bueno que ya se empiece a ver el perdón no simplemente como una actitud religiosa, sino como una experiencia que, desde la paz del corazón, nos abre hacia nuevos horizontes mucho más esperanzadores.
Reconozco que nuestra predicación, no pocas veces, se ha reducido a exhortar a las personas a perdonar con generosidad, fundamentados en que todos debemos perdonar así como Dios nos perdona. Pero casi nunca le enseñamos a la gente sobre los caminos que es preciso recorrer para llegar a perdonar de corazón. ¿No estará aquí la razón principal por la que tanta gente ignora, como los congresistas, casi todo sobre el proceso del perdón?
Para vivir de manera sana, tenemos que perdonar. Colombia está urgida de un congreso sano. Necesitamos experimentar el perdón en la familia donde nunca faltan las tensiones y conflictos; con los amigos que nos humillan, engañan y no nos son fieles; en aquellas situaciones de la vida en las que debemos reaccionar ante las injusticias.
Es corriente escuchar entre nosotros expresiones como esta: “No puedo perdonarlo”. Son los que confunden el cabrearse con el vengarse. Una cabreada, que es “emputarse” de forma colérica, es una reacción sana en la que yo me irrito ante la ofensa recibida: me cabreo instintivamente porque me siento ofendido en mi vida y en mi dignidad. En cambio, el odio y la venganza van más allá. El vengativo busca destruir a quien le ha hecho mal.
Perdonar no es reprimir la cólera. Reprimirla es dañino ya que acumulamos una ira que va a desembocar en otras personas o en uno mismo. Las rabietas y la indignación se superan si se comparten. Luego será más fácil serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de venganza para no incrementar el mal ni hacernos más daño.
Nuestra fe, en el Dios del perdón, es una fuerza y un estímulo inestimable. Si vivimos del amor incondicional de Dios se nos hará mucho más fácil perdonar y tendremos, muy seguramente, debates más edificantes.
*Director del PDP del Canal del Dique y Zona costera
ramaca41@hotmail.com
Comentarios ()