Columna


Orígenes antropológicos del “No”

JORGE RUMIÉ

14 de octubre de 2016 12:00 AM

Mi estimado lector, siempre que no entienda algo de los humanos, busque su explicación en la antropología. Allí nada es gratis y todo tiene su explicación lógica. Los dados del azar poco intervienen en la evolución de la naturaleza.

Por ejemplo, como referencia nada más y para ambientarnos donde quiero llegar, preguntaría: ¿cuál cree usted que sería la explicación antropológica para que las mujeres hablen más que los hombres? Y debo decir que la respuesta viene desde los tiempos prehistóricos. Como el hombre era el encargado de cazar, dicha labor le exigía permanecer en silencio por largo tiempo. Y obvio, luego de miles de años de evolución, nuestros queridos antepasados terminaron con un cerebro de pocas palabras.

Pero… ¿y qué pasó con las mujeres? Bueno… lo que todos sabemos: se quedaban en casa, cocinaban, le daban cantaleta a los pelaos y claro, los rifirrafes y las socializaciones con las vecinas de la tribu no eran de poca monta. Así las cosas, la próxima vez que tu mujer se queje de tu silencio y de la incomunicación de tu hijo adolescente, recuérdale que ambos venimos de cavernícolas inexpresivos y que evolutivamente estamos programados para los monosílabos. Fue el precio de nuestra supervivencia.

En el caso del “No” con los acuerdos de paz, pasó algo similar. Todo tiene su explicación racional. Por ejemplo, como seres vivientes estamos diseñados para tres cosas fundamentales: para la seguridad (instinto de conservación), para el sexo (mantener la especie) y para alimentarnos.

Por lo tanto, si le presentas 10 fotos pegadas en una pared a una persona cualquiera donde aparecen 9 tipos felices y uno con cara de emputado, evolutivamente fuimos diseñados para fijarnos en el último, por nuestro instinto de conservación. La parte primitiva del cerebro tiene unas “amígdalas” que son los radares que detectan el peligro y “cuanto más fuerte la emoción, mayor nuestra fijación”. Y eso fue lo que pasó con los acuerdos de paz.

Por más que el gobierno le vendió la idea al país de las caritas felices de la paz y que todo sería una historia con final tipo Disney, la mitad del país estaba asustada mirando a Timochenko, con sus acuerdos cargados de impunidad, privilegios políticos, concesiones inadmisibles, promesas no financiables y la posibilidad real de que pudiesen llegar al poder y secuestrar nuestra democracia. Y claro… por ahí se vino el “No”.

La vida es así, mi estimado lector. Si te encierran en un salón con nueve gatitos siameses y un tigre de bengala, ¿a quién le metes el ojo? 

JORGE RUMIÉ
jorgerumie@gmail.com

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