Columna


Original y copia

CARMELO DUEÑAS CASTELL

07 de octubre de 2015 12:00 AM

Algunos dicen que la inventaron siglos antes. Sin embargo, el 7 de octubre de 1806, Ralph Wedgewood patentó su mayor invento, el papel carbón. Dos años después Pellegrino Turri inventó una máquina para escribir y desarrolló otro tipo de papel carbón. Cada uno por su lado quería ayudar a invidentes a escribir. Para ello ponían unos alambres que guiaban a los invidentes en su escritura. El papel carbón es muy delgado, cubierto con una mezcla de cera y pigmento, negro de carbón.

La idea era meterlo entre dos hojas de papel para que la hoja inferior saliera como copia del documento original, la hoja de arriba. Se empleaba con máquinas de escribir, impresoras de impacto o la escritura manual. Aunque Wedgwood comercializó su invento, no tuvo mayor éxito por el temor de los usuarios a la falsificación. La motivación de Turri era mayor: construyó su máquina para su amada ciega, una condesa. El papel carbón vivió décadas de esplendor. Su ocaso se inició con la fotocopiadora y hoy está en vía de extinción gracias a los computadores y las impresoras.

San Francisco de Asís nació en la opulencia un 3 de octubre, hace más de 800 años. Trató de copiar en su vida la de su maestro, con pobreza y privaciones. Más adelante recreó el nacimiento de Cristo haciendo la copia más fiel posible del pesebre original. De allí nació la celebración de navidad como la conocemos hoy. Se dice que San Francisco obtuvo lo que quería, las marcas (estigmas) de la crucifixión en su propio cuerpo. El papa actual copió el nombre del santo de Asís y algunas de sus costumbres sobre la pobreza y auxiliar a los pobres.

Como los ejemplos de Asís y el papa hay muchos en la historia intentando copiar un original. Claro, también hay copias mejores que el original. En la vida uno querría un papel carbón para sacar copias exactas o mejores al original: quién no quisiera copiar esos momentos imperdibles y felices. Podríamos querer sacar una copia de las personas que marcaron nuestras vidas y que por absurdas o banales razones se perdieron; o copiar cualidades o virtudes originales en otros y que nunca podremos tener. Claro, alguna vez pensamos ser originales, únicos, irrepetibles. En algún momento tuvimos presuntuosa idea de crear un pensamiento nunca antes pensado por mente humana alguna. Poco tiempo puede durar tal pretensión. Otros ya la habían pensado antes y de mejor manera. Pero bueno, podemos seguir intentándolo. Shakespeare, al contrario, no pretendía ser original, aspiraba a que sus obras se parecieran a un clásico.

Por Cartagena esperamos que aparezcan las ideas originales o las buenas copias entre los muchos políticos aspirantes y que sepamos escogerlas entre tanta burda fotocopia.

*Profesor Universidad de Cartagena

crdc2001@gmail.com

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