Columna


Otras calzadas

CARMELO DUEÑAS CASTELL

01 de noviembre de 2017 12:00 AM

En el norte de Irlanda y el sur de Escocia hay unas maravillas naturales: miles de columnas de basalto bordean las dos islas. Hay dos hipótesis para explicar estas formaciones que, en Irlanda, son patrimonio de la humanidad. La primera versión es geológica: hace más de 60 millones de años, verdaderas chimeneas volcánicas se alzaban humeantes sobre el mar. Súbitamente se apagaron y el repentino enfriamiento de la lava volcánica generó más de 40.000 hermosas columnas hexagonales y pentagonales de basalto. El basalto, mucho más resistente que el resto de rocas, no ha sido afectado por la erosión.

La segunda versión hace parte del mundo Celta e incluso Harry Potter y Led Zeppelin cayeron seducidos por esta maravilla: “La Calzada del Gigante”.

A mi manera contaré la maravillosa leyenda surgida de la bruma de la mitología Celta: antes del comienzo de los tiempos había dos gigantes, uno (Finn McCool) vivía en lo que hoy es la isla de Irlanda; otro (Bennandoner) habitaba en Staffa, una islita en Escocia. Nunca se habían visto y, por mucho tiempo, la única forma de comunicación fueron las pedradas que se lanzaron el uno al otro, tantas que alcanzaron a insinuar un irregular camino entre las dos islas. Finn, osado como buen irlandés, decidió ir a vencer al otro gigante. Para ello tomó pedazos de la costa y los fue tirando en el mar para terminar de construir una calzada que lo llevara a la otra isla. Contra el agreste mar y la gélida brisa llegó a Staffa y se dio cuenta que Bennandoner era muchísimo más grande que él y por ello salió disparado, huyendo, antes que su oponente lo viera. Como pudo destruyó la calzada que había creado previamente. Al llegar a Irlanda, Finn le contó desesperado a su mujer. Esta, inteligente por naturaleza y poseedora de la sabiduría femenina, tramó una artimaña: lo disfrazó de bebe, lo acostó en una especie de cuna y le puso un biberón. Entre tanto, Bennandoner tomó partes de Escocia y reconstruyó la calzada hasta llegar a Irlanda. Cuando el gigante escocés llegó, Oonagh (la mujer de Finn) lo invitó a tomar una taza de té y señalando la cuna le comentó que, mientras ella cuidaba al bebé, su marido estaba trabajando. Bennandoner vio al pequeño vástago y pensó que si él bebe era así, el padre sería tres veces más grande que él y raudo y veloz huyó despavorido. Como pudo destruyó la calzada, dejando solo unos pedazos en el norte de Irlanda y en el sur de Staffa. 

Esto me recuerda otras calzadas: las costosísimas dobles calzadas con que los gigantes de la corrupción han tratado de tapizar nuestro país; las calzadas de las campañas presidenciales, que no son más que calzadas utópicas construidas con fantasías, engaños y promesas; y las destruidas calzadas de la institucionalidad en Cartagena, donde tantos alcaldes, jugando a ser gigantes, han destruido a pedradas el futuro de la ciudad.

 

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