Columna


Pablo Simón, príncipe moderno

“Pero todavía arrastramos el lastre de la corrupción, la compra de votos, y una interminable lista de etcéteras, etcéteras. (...)”

ANDRÉS PÉREZ BATISTA

13 de enero de 2019 12:00 AM

“El fin justifica los medios”. Con esta frase atribuida a Nicolás Maquiavelo en su famosa obra El príncipe, se han cometido por parte de gobernantes toda suerte de tropelías. Máxima esta que sirvió para que nuestra picaresca criolla acuñara el término “La cultura del todo vale” para saquear impunemente las arcas del Estado. Puesto que la ética y la moral, resortes de la recta conducta humana, no cuenta cuando el gobernante quiere alcanzar sus turbios fines. El divorcio entre la ética, la moral y la política planteada por Maquiavelo en El príncipe, ha llevado la política al mayor desprestigio de que se tenga noticia, por lo menos en Occidente.

Antes de Maquiavelo los gobernantes se inspiraron en la República de Platón para gobernar a sus pueblos. “Para él el ideal de una sociedad perfecta y dichosa consiste en que la política esté subordinada a la moral”. Por su parte, Aristóteles, en su obra La política, hace evidente que el norte de todo gobernante ético deber ser la búsqueda del bien común, con rectitud y honestidad. Todos estos ideales éticos y morales desaparecieron de la política cuando entra al escenario de la historia El príncipe, de Maquiavelo.

Por eso hoy recibimos con entusiasmo la obra de Pablo Simón, “El Príncipe Moderno”, recién llegado a las librerías. Este libro nos plantea una forma de interpretar la política de manera diferente, porque estamos “atravesando una época de dislocación: desestructuración del sentido de las cosas, fragmentación social y de las preferencias, crisis de los referentes intelectuales y morales, colapso de las expectativas. Los actores, instituciones y creencias que nos explicaban el mundo, que lo hacían comprensible, manejable y previsible, ya no existen o atraviesan serias dificultades”.

Uno de los temas que más me llamaron la atención del libro es lo que autor llama la “trampa de expectativas”: es decir, la diferencia entre lo que esperan los ciudadanos de sus políticos y lo que estos pueden darles realmente. Lógicamente, todo elector al escoger por quién votar cifra en él algunas expectativas, claro está, aquel que lo hace por ideología o convicción; mas no el que vende el voto, que lo único que le importa es la paga.

El próximo 27 de octubre los colombianos iremos a las urnas para elegir a nuestras autoridades locales. Pero todavía arrastramos el lastre de la corrupción, la compra de votos, y una interminable lista de etcéteras, etcéteras.

Cómo podría influir la lectura de este libro en la conciencia de nuestra clase política, sobre todo cuando un influyente senador del Partido Liberal ha dicho que “algunos ministros necesitan un curso de Ciencia Política”.

Qué se deja para el pueblo raso.

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