Columna


Pagapatos

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

19 de noviembre de 2016 12:00 AM

Eso de pagar el pato es la culpa que se endilga a un inocente que le toca asumir consecuencias de ajena actuación, donde fue involucrado por circunstancias. 

Cuando las inundaciones convirtieron la esplendorosa Bocagrande en una Venecia de porquería, lodo y deterioro, la fórmula mágica para resolver tan grave situación fue instalar válvulas pico de pato, que sacaran aguas pluviales de las vías y no permitieran el ingreso de las mareas a sus predios, calles y jardines. ¡Eureka!

Algunos expertos se opusieron a esa prodigiosa alternativa, calificándola de “patochada”, por considerar que se trataba de algo carente de sentido.

Los profanos acogimos con simpatía una solución que eliminara el problema. El pico recio del pato en forma de espátula o cuchara ofrecía una posibilidad, en medio de la resignación fatal de aceptar inevitable desastre.

Resulta que la mención de ese ave anfibia se interpreta como un fallido intento para sobreaguar a líquidos, que tanto daño causan en vías y medio ambiente. Los palmípedos con dedos palmeados, tan útiles para nadar, justifican la alusión a los patos, pero no la de un pathos que nos remita a padecimiento morboso.  

Se han encontrado distintas tesis y explicaciones, porque pese a las milagrosas válvulas pico de pato, continúan agresivas  las inundaciones. Unos sabios indican que falta por instalar un grupo de estas válvulas. Otros señalan que basuras, areniscas y residuos impiden su cabal funcionamiento. Las ponderadas válvulas requieren manejo y especial adecuación del sitio donde deben operar.

La Sociedad de Ingenieros se aparta de esa posibilidad. Destacan la necesidad de un recolector de residuos para evitar que las válvulas se taponen, pero hace especial énfasis en la construcción de estaciones de bombeo. La tranquilidad resurge en la mitad de esa pesadilla, por la presencia de una interventoría seria, afamada y respetable.

Los hechos darán la razón a algunos de estos sabios, pero mientras esto ocurre se frustran las esperanzas de preservar el  futuro de la ciudad más bella del planeta, cuando su emblemático centro histórico y sus barrios humildes también padecen por ser los próximos en el turno al bate para la solución pico de pato. 

En una obra de teatro de Ibsen, “El pato salvaje”, se vive la vida bajo una gran mentira, que hizo posible una felicidad aparente. Pero al buscar la verdad, se desencadenan situaciones que terminan en tragedia. Hay unos que prefieren vivir en una mentira, antes que perder la falsa felicidad que se construye sobre ella. Sin hacer una apología de la mentira, en la angustia de su trama se destaca el alto precio que a veces hay que pagar por la verdad: perder una felicidad aparente.
Hasta ahora lo único claro es la condición de “pagapatos” que a todos nos ha caído encima.

abeltranpareja@gmail.com

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