Columna


País “humanitario”

RUDOLF HOMMES

29 de junio de 2014 12:02 AM

El mayor acierto de Gustavo Petro es bautizar su programa de gobierno, Bogotá “Humanitaria”. Antes acertó en bautizar su movimiento de “progresista”. Buena parte del éxito en política es enmarcar ideas y programas de gobierno con un lenguaje que suscite emociones y reacciones que los vuelvan populares, que despierten entusiasmo o empatía ciudadana, tanto entre seguidores como en adversarios, y que no despierte emociones en contra. Añadirle “humanitaria” a Bogotá evoca compasión, solidaridad y empatía. Recuerda al Buen Samaritano, a la Madre Teresa.

Con ese manto de simpatía, el alcalde sentó las bases para implantar en Bogotá su propia versión del “Socialismo del Siglo XXI”. Si su programa se hubiera llamado Bogotá Populista, Bogotá Socialista o Bogotá Revolucionaria, no le hubieran dejado hacer nada, pero en una ciudad humanitaria cabe todo el populismo posible.

Usar el nombre de progresista es otra manera de vestir al lobo con piel de oveja. La derecha hizo lo mismo con su “puro” Centro Democrático. Usaron el lenguaje para ocupar el puro centro político. Esto les permite ser radicales y brincarse las normas sin que la gente reaccione. En Bogotá, Petro estatizó a la fuerza la recolección de basuras, que estaba a cargo de dos empresas privadas. Argumentó inicialmente que no prestaban el servicio en los barrios pobres (Bogotá Humanitaria). Después fue destapando sus cartas.

Podría repasar cómo la derecha hizo algo similar. Por ejemplo, con el uso exhaustivo de la palabra “patria”. Basta escuchar el paroxismo ridículo de los locutores colombianos cuando nuestros jugadores anotan un gol para entender el contenido emocional de esa palabra. Incurren en excesos de nacionalismo que en otras latitudes serían de muy mal gusto porque traerían consigo recuerdos de épocas aciagas, pero que en Colombia son compartidos por el público, los jugadores y las autoridades.

Si se le pregunta a un colombiano al azar cuál es el poema que primero recuerda podría apostar a que si no es “La casada infiel” es “¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo…”. Combinando la palabra patria con diminutivos, como en “soldaditos de la patria”, con los tres huevitos o con Marianito, remonta a los oyentes a su niñez y los hacen sentirse protegidos por quienes evocan esos recuerdos. “Luego de esto mejor me callo, no vaya ser que esta horda de patriotas me obligue a huir…”.

A los liberales, verdaderos progresistas democráticos, les falta suscitar emociones positivas. Su exceso de racionalismo o su dependencia de tecnicismos los hace muchos menos efectivos que a los populistas en los extremos ideológicos, o en su propio seno. Con la perspectiva de la paz y el posconflicto, si no desarrollan su propio lenguaje emotivo para ganarse un espacio en el cerebro del público, están condenados a ser irrelevantes.

(Vuelvo a escribir después de julio, sdq)

 

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