Columna


Paisaje urbano

ÓSCAR COLLAZOS

10 de enero de 2015 12:00 AM

El portal www.actualidadpanamericana.com publicó una ingeniosa nota con este título: “Reportan avistamiento de cartagenero en centro histórico de Cartagena.” La frase circuló intensamente en las redes sociales. Alguien la glosó en Twitter diciendo que la Armada Nacional preparaba una expedición para tratar de cazar un ejemplar de esta especie en vías extinción.

No es que los cartageneros se hayan acabado. Migraron. En su lugar llegaron los forasteros ricos y famosos de toda Colombia, trayendo el equipaje de sus costumbres y ritos sociales y la antipática costumbre de encarecerlo todo.

Prefiero que sea el humor y no el resentimiento el que capte un hecho inevitable: la ocupación del centro amurallado por foráneos y extranjeros. Si lo ocuparon, dice Perogrullo, es porque estaba desocupado.

La acelerada salida de los cartageneros de sus antiguas residencias no se ha dado porque los hayan expulsado por decreto o a la fuerza sino porque, como en otras ciudades del mundo, los centros históricos son el primer objetivo del mercado turístico. El patrimonio vende y vende mejor si está conservado y ha sido reconocido internacionalmente.

Los antiguos propietarios de estas casonas, de origen colonial y estilos eclécticos, las empezaron a abandonar hace medio siglo o las conservaron como patrimonio de engorde. Unas pocas siguieron ocupadas por familias raizales pero llegó el día en que venderlas era la mejor opción. Se estaban quedando sin vecinos y lazos culturales.

El proceso de apropiación de las edificaciones del centro por personas y familias prestigiosas del interior empezó hace menos de 50 años. Fueron ellos los encargados de salvarlas con remodelaciones e intervenciones no siempre afortunadas y de convertirlas, poco a poco, en residencia de vacaciones.

La jet set nacional, de los negocios y la farándula, ha contribuido a consolidar este enclave turístico. Un rico atrae a otro rico, una celebridad arrastra a las otras y ambas a la plutocracia de medio pelo. De pronto, el centro amurallado cambio de paisaje humano y social.

La ocupación territorial del centro por la jet set nacional y sus ramificaciones internacionales, ha invertido la naturaleza del paisaje: en épocas de vacaciones, el corralito es un escenario por el que se pasean y exhiben las celebridades de los negocios, la política y la farándula. El resto del año, una suma de hermosas casas fantasmales. 

La ocupación territorial puede continuar y acabar en San Diego. Es probable que, dentro de 10 años, no se haya salvado ni Getsemaní, el arrabal de raigambre popular. La culminación del proceso de enajenación cultural lo hacen las industrias inmobiliaria y turística y las autoridades locales, expertas en borrar con el codo lo que sus antepasados hicieron con las manos.  *Escritor

SAL Y PICANTE

ÓSCAR COLLAZOS
collazos_oscar@yahoo.es

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